Se incluyen aquí los poemas que han ido apareciendo periódicamente en la Página Principal de este blog.
(De "La huella en la ceniza")
LAS SIRENAS
ÁRBOL
(De “La huella en la ceniza”)
Arriba,
el
tronco erecto, fiel a su estatura,
valientemente
alzado hacia las nubes,
la
hospitalaria copa navegando
las
audacias sin fin de cada viento,
el
alegre bullir de savia nueva
en
sus hondas y cálidas entrañas,
el
verde parpadeo de sus hojas,
su
acogedor arrullo, su serena
estampa
de gigante adormecido.
Abajo,
un mundo inaccesible y turbulento
pleno de oscuridad e incertidumbre.
Raíces laborando como topos,
retorcidas, vibrantes, imponiendo
sus leyes cotidianas e infinitas,
extendiendo con furia sus dominios.
No hay mañanas, ni trinos ni contornos:
solamente un recóndito silencio
y una ciega avaricia encarnizada…
Lo
mismo que ese árbol anclado en el sendero
yo
tengo mi paisaje abierto a un horizonte
de
eternas madrugadas, de pájaros insomnes,
y
una esperanza nueva que me recubre el alma
como
una primavera que estreno cada día.
Lo
mismo que ese árbol, yo tengo mis penumbras,
mis
luchas doloridas, mis viejas soledades
horadándome
el pecho, y una vaga nostalgia
posada
entre las venas, acechando un resquicio
para
inundar mi pulso con su tristeza viva.
Lo
mismo que ese árbol, me crezco en la alborada,
comento
con la tarde mis últimos poemas
y
encierro en un profundo destierro sin fronteras
mis
íntimas heridas, mis tedios, mis hastíos.
Lo
mismo que ese árbol, olvido la ventisca,
las
estepas heladas, el vendaval de aullidos
que
el desamor y el odio alientan y derraman,
y
ofrezco al caminante mi sombra y mi remanso.
BALADA DE
TU NOMBRE
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Digo
tu nombre y todos
los
sándalos se yerguen
y
despierta el azúmbar
y
el amaranto crece y se desvive
y
el áloe se endulza iluminado.
Digo
tu nombre y todos
los acantos se agitan
y el calalú me envidia
y la hierba doncella se sonríe
y asoman sus raíces las verónicas.
Digo
tu nombre y todos
los espliegos me buscan
y la cañuela canta
y brinca como loca la artemisa
y el toronjil me silba ilusionado.
Digo
tu nombre y todos
los muérdagos me miran
y la alhucema baila
y la angélica se vuelve caprichosa
y hasta la jara olvida sus jarales…
Porque decir tu nombre
es resumir el mundo
en sólo dos palabras,
mientras habla de amor la hierbaluisa
y repica sus pétalos la albaida”)
BOCETO PARA EL RETRATO DE UN POETA
(De “Cuaderno de los
acercamientos”)
Tú puedes ver en el ardido leño
el altísimo árbol de su origen,
y en el reseco predio del rastrojo
desmelenados mundos de trigales;
consigues comprender el llanto antiguo
de la tarde en las alas del vencejo,
y construyes heroicas primaveras
sobre las hondas ruinas de la angustia;
hermano te respiras de los hombres
que rozan tu costado, y te dueles
con su mismo dolor, y les compartes
tu banquete de espigas y esperanza;
deshilvanas tus dudas cada día
pensando sin rencor ante el espejo
que la vida y la muerte son asuntos
eternos, pero siempre cotidianos;
aunque truecas tus horas por metales,
maniatado y vendido, sigues siendo
el rey indiscutible de tu frente,
con una libertad de viento y nubes;
enamorado estás de la palabra,
bulléndote ese amor entre los huesos,
y quieres horadar sus laberintos,
dignamente sufriendo sus ausencias;
nunca estuviste solo en tus buhardillas
porque es la soledad tu compañera,
y sabes escuchar entre sus brazos
la indomable ternura del silencio;
averiguas la alquimia del latido
y en los rojos crisoles de tu pecho
paralizas el vuelo del instante
rescatándolo al tiempo y su avaricia;
en la memoria llevas una llama
como una herida viva, y conoces
que eres capaz de navegar tu sangre
a la luz de esa llama y de esa herida…
Por eso
en la inmensa planicie de tus noches
dueño eres de todo un universo,
y te goza el prodigio frecuentado
de renacer ardientes manantiales
en el limpio volcán de tu garganta.
CANTO FINAL
(De “Adagio mediterráneo”)
No
puedo concebir el mar sin mí
ni
puedo concebirme sin mi mar:
nací
junto a la ausencia de mi mar
y
su memoria azul habita en mí.
Con
su claro prestigio vibra en mí
la
sonora presencia de mi mar:
la
voz apasionada de mi mar
me
dice que sin él no hay yo ni hay mí,
y
tan hondo el amor alienta en mí
que
cuando no estoy cerca de mi mar
siento
mi corazón lejos de mí.
Eternamente
unidos yo y mi mar:
porque
mi mar es ya parte de mí,
y
un día seré parte de mi mar.
COMPAÑERA DE LUNAS
(De "La mirada
intramuros")
Despertar
en tu sueño, y sentir que tus brazos
navegan
lentos mares, descubren mundos nuevos.
Me
refugio en tu aliento. Una lluvia cercana
nos
revela que afuera puede acechar el llanto.
Fluye
de ti el silencio de esta casa-regazo,
en
sus blancas paredes tus perfiles evoco,
perfumas
a tu paso la levedad del aire,
haces
de cada gesto un pequeño milagro.
Vivir
es una alegre aventura a tu lado,
en
tus labios me esperan hondas constelaciones,
tus
ojos acarician mis muros interiores,
en
tus manos anidan los más serenos pájaros.
La
clepsidra del tiempo deja caer los años,
pero
tú sigues firme, ajena a vendavales,
viendo
en cada ventana un paisaje distinto,
oyendo
en cada rama un arcángel callado.
Compañera
de lunas: todo está comenzando,
no
hay nada que derroque la luz de esta mañana.
Háblame
de la espuma, dime del universo:
cada
vez que te escucho en tu voz me renazco.
CUERVOS
(De “La mirada intramuros”)
Los veo algunas tardes sobrevolar la casa
con su orgía de lutos y graznidos.
Siempre me he preguntado: ¿si los cuervos
supieran que son cuervos,
querrían seguir siéndolo?
Porque lo fácil es ser oropéndola,
ruiseñor, colibrí,
o ave migratoria de estilizado cuello
y blanco plumerío.
La vida de los cuervos es mucho más difícil:
Soportan con paciencia las miradas
de temor o de odio
que las gentes les lanzan desde abajo,
tienen tan mala prensa
tan cruel bibliografía,
que casi todos dicen que son de mal agüero,
ánimas infernales cumpliendo sus condenas,
alados mensajeros para sembrar la sombra.
Si un día conocieran su condición de cuervos,
morirían de pena, estoy seguro.
Que no lo sepan nunca:
lo mejor es dejarlos en su alegre ignorancia,
en el mundo inocente de su inquieta negrura.
Hagamos que los cuervos -es decir: esos pájaros-
avecicas de Dios al fin y al cabo,
sigan siendo felices…
simplemente volando.
DEL ODIO POCO SÉ
Del odio poco sé: pasó el invierno
y mis copos de nieve se fundieron
en arroyos de olvido transparente.
Mas siempre, ante los ojos
abiertos a la noche del mendigo,
ante el bostezo de la indiferencia,
ante el hombre cercado por el miedo,
ante la mano que maneja el hacha
cercenadora y cruel, ante las lágrimas
de la triste paloma encadenada,
o ante cualquier dolor sin argumentos,
yo siento un borbotón de sangre antigua
que me crece y me sube hasta los dientes
como un viento de muerte amanecida.
Entonces, derrumbada
mi frágil armadura, me maldigo
como cómplice mudo de esa herida,
regreso a mis trigales, a mis ríos,
me busco el corazón y al fin lo encuentro
en un sueño de rabia e impotencia,
en un sueño rebelde
de llanto dolorido.
DIGO AMISTAD
(De “La huella en la ceniza”)
Digo amistad y se me ensancha el alma
con un eco de mares infinitos,
albatros aletean en mis sienes,
veleros se me adentran y me surcan.
Digo amistad y me resuena al fondo,
en la región lejana de la sangre,
una sutil y exacta melodía
fundida a un entramado de latidos.
Digo amistad y me domina un viento
de generosa entrega. En la serena
ternura de la tarde, ese viento
me alza, me remonta, se me ofrece
como un limpio refugio.
Digo amistad, y simplemente digo
abierta transparencia, línea pura,
silencios compartidos, paralelos
reflejos y caminos…
Un amigo es un árbol: tarda años
y años en crecer. Mas cuando alcanza
su hermosa plenitud, su permanencia,
¡qué firmeza su tronco, qué remanso
su sombra, qué frondosidad sin
límites
nos aguarda en su copa!
Si algún trágico día
un huracán de muerte lo derriba,
desgaja sus entrañas, acalla para
siempre
su voz alentadora y compañera,
se nos agrieta el pecho y se nos
queda
el alma envejecida. No hay dolor
tan claro y tan tenaz como ese exilio
hacia la eternidad. Yo lo he sufrido.
DONDE EL POETA POSA SUS MANOS
EN LA CINTURA DE LA AMADA
Y ABSORTO PERMANECE
(De “Territorio del fuego”)
Estas
manos que saben de antiguos paraísos,
de
patrias escondidas donde la brasa impera,
de
volcanes que cantan coronados de púrpura,
de
riberas sedientas y ardidas oquedades.
Estas
manos que habitan ensenadas de fiebre,
que
recorren a ciegas los cubiles del tigre,
y
descubren el pulso de los ritos prohibidos
y
llevan en su idioma el temblor de las islas.
Estas
manos amigas de los astros sin sueño,
que
levantan columnas y amansan unicornios,
que
dominan la espuma del yunque y la colmena,
el
milagro del prisma, la rebelión del mástil…
Estas
manos se tornan alfareras y humildes
al
posarse en el barro de tu exacta cintura,
y
modelan despacio su curvo manantío,
su
vuelo de gaviota, su respirar de nave.
Y
ajenas permanecen a hogueras muy cercanas,
detenidas
y absortas en esta geografía
donde
tu cuerpo alcanza la plenitud más pura:
ese
prodigio tuyo de un mayo perdurable.
DONDE SE DICE DE LOS LABIOS DE LA AMADA
Y EL POETA ES ALCANZADO POR UNA
DULCE MUERTE
(De “Territorio del
fuego”)
Cauces de la palabra, sembradores
de hielos o luciérnagas,
ya manantial altivo, ya planicie
frutal, enredadera
de muérdago y campana, antesala
de intrépidos galopes hacia siempre,
de plenilunios largos como nunca.
Mas sobre todo, cráter,
tierno cráter de luz que me sucumbe,
que entero me derrama hacia el
olvido,
atalaya trigal, silbo del fuego,
vestíbulo feraz del mediodía.
Quizás, tras de vosotros, una lluvia,
una lejana lluvia que amanece
recubierta de sueño,
como
un musgo
que invitara a vivir lo no vivido,
pregonera de un tiempo inevitable
que en esta patria tiene su manida.
Entre cráter y musgo me desvelo:
una aldaba, una voz, un desafío.
No sé si me llamáis o soy quien llama
ni quién es tigre aquí, ni quién
paloma,
pero el imán ejerce su mandato,
se hace viento la sangre, manifiestan
las ascuas su destino.
Lentamente me acerco:
ya
os respiro,
ya soy,
ya casi nazco.
Si vosotros quisierais,
si quisieras...
Qué serena canción, qué profecía,
qué inmune realidad en vuestro cuenco
inagotable y mío.
Qué dulce muerte así,
qué
muerte ahora.
DONDE SE DICE DE LOS OJOS DE LA AMADA
Y DE SU EXTRAÑA PROXIMIDAD
(De “Territorio del
fuego”)
Yo no sé qué sucede, amiga mía,
con tus ojos:
los tengo siempre cerca,
tan lluviamente próximos
que con ellos tropiezo a cada instante
como el viento tropieza con los
pájaros.
No sé si es que los pierdes,
los dejas olvidados,
como olvidas y pierdes tantas cosas
al día:
tu inocencia, el futuro,
el sabor de los miércoles...
o es que son, simplemente, derramados
y múltiples,
de mirada plural y peregrina.
Los encuentro en mis libros
resumiendo en su azul la mar entera,
en el llanto cansado de los viejos
retratos,
en la luz del quinqué, en los
estuches
donde guardo tu ausencia,
en todos los espejos,
en todas las estatuas,
en todas las adelfas.
A veces me vigilan desde el techo
con su casta negrura,
o juegan con el gato en las
alfombras,
o surgen de repente entre las teclas
de mi olympia portátil
y entonces ya no hay forma de acabar
el poema.
Cuando voy por la calle me persiguen
con su verde milagro de arrayanes,
se posan en mi hombro,
saltan a las buhardillas,
o esperan escondidos detrás de las
farolas
hasta que los descubro y se diluyen
en un vuelo de risas y pestañas.
Y en la noche, dormido, se me acercan
con su pardo color de miel antigua,
los noto acariciarme, meterse entre
mis venas
y navegar mi cuerpo mansamente
en una singladura de párpados y
sueños.
Ah, tus ojos tempranos que todo lo
amanecen,
tus ojos caminantes que lo bautizan
todo
con el agua más clara,
tus ojos unitivos
que atraviesan mi tiempo y lo reducen
a su doble universo,
tus
ojos compañeros,
tus ojos: tantos ojos
que jamás me abandonan
EL GATO
(De “La mirada intramuros”)
Todos los escritores
con corazón se han ganado
un gato que los sigue y los protege.
Osvaldo Soriano
Llega desde su olimpo,
avanza muy despacio por la casa
con su preciada carga de secretos,
miedos inesperados,
intrépidas pesquisas.
Se me acerca, me mira, me olfatea
con un trémolo leve en su nariz de príncipe,
y después se sumerge en la quietud,
ajeno, ensimismado.
Tras resolver sus dudas, decide que merezco
un poco de atención, quizás incluso
un poco de cariño.
Y en ese mismo instante sus ojos verdeoliva
se humanizan, me entregan
esa convexa lumbre en la que alienta
un sereno universo de locura.
Y me siento admitido, incorporado
a su mágico mundo, parte ya
de su vivo misterio deslizante.
Un salto a mi regazo me demuestra
su imperturbable vocación de amigo,
su firme voluntad de protegerme
de vendavales, lágrimas, heridas,
asechanzas oscuras.
Y así me lo declara su enigmático
y lento ronroneo,
como un largo monólogo,
como una larga nana rumorosa.
Con silente emoción, pongo mis manos
sobre su cuerpo, vibro
con su ondulada y cálida verdad,
siento el
pálpito fiel de esta mínima vida
en cuya compañía
me renuevo, me encuentro, me descubro.
(Qué feliz yo sería si este humilde
milagro de ternura
que aquí late a mi lado,
además de existir en mi poema…
de verdad existiera).
EL HÉROE
(De "Los sigilos violados")
(Estatua ecuestre de un
aguerrido militar cargado de medallas, junto a un estanque, en un parque
público.)
Enardecido el puño, diamantinos
sus ojos de guerrero.
Pendiente del estanque y de sus torvas,
temibles barquichuelas.
Poderosa su espada, vigilando
el fragor de los árboles.
Bravo el gesto, quizás brava la voz
cuando arenga a los pájaros.
Dispuesto a los combates más celestes
al frente de sus nubes.
Olvidado del miedo y de la huída
ante las primaveras.
Atento al resonar de los clarines
cuando el viento acomete.
Imagen del valor, altos designios
en el bronce imbatible de su testa,
al triunfo y la victoria siempre alzada.
Abajo, junto al tierno pavor de las palomas,
los viejos piensan en sus viejas cosas,
los mayores pasean muy despacio
comentando la vida.
Y los niños,
los niños invencibles,
ajenos al clamor de las batallas…
sencillamente juegan.
EL INICIO/EL
AMOR
(De “El clavicordio ante el espejo”)
1.- EL
INICIO
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros
cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo…
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba.
2.-
EL AMOR
Ella
duerme despacio
con un
lento galope de gacelas
reclinado
en su frente. Es hermosa
como una
fruta fresca, como un ágata,
como un
tallado capitel. Escucho
la lejana
andadura de sus párpados,
el navegar
inmóvil de su olvido,
su exacta
placidez de hierbabuena.
Una
fragancia leve
de ocultos
hontanares
me descubre
su cuerpo, esa clara campiña
de juncos
y laúdes
donde mis
labios posan su algarada
fluvial,
perseguidora. No hay distancia
más corta
hacia la llama
ni
amanecer más puro. Se adivina
una
alquimia voraz, un burbujeo
debajo de
su piel,
como una
permanente sembradura
de vides y
crisoles…
Y sin
embargo, el tiempo
maneja
oscuramente sus cinceles,
su taladro
tenaz:
Yo sé que
el triunfo
será suyo,
que nada puede huir
de su
terca presencia.
Y sin
quererlo, veo
la yedra
recubriendo los alcores
de sus
pechos, su boca desolada,
abatida y
sumisa su cintura,
arrasado
su vientre luminoso,
y un
vendaval de hielo
sobre esa
isla bruna que ahora emerge
feraz y
retadora
sobre su
mar de ópalos ardidos…
Pero ella
duerme, cálida y ajena,
albergada
de espumas.
La
contemplo
serena mi
palabra, confiado:
porque
jamás el tiempo
derrocará
su sueño,
y seguirá
su frente con un lento
galope de
gacelas,
por el
amor salvada, redimida.
EL LOCO
(De “Los sigilos violados”)
La gente ser reía…
de su torpe figura sin destino,
del zambo caminar de su mirada,
del invierno posado en su sombrero.
La gente se reía…
de la lucha del aire con sus manos,
de sus tercos zapatos de difunto,
de la humilde altivez de sus enconos.
Era tan sólo el
loco, así, sin nombre,
como un absurdo viento por la calle,
como un trozo de sol inesperado.
La gente se reía…
Iba de parque en parque recorriendo
la ruta de los pájaros.
Con rotundos discursos
explicaba a su sombra
que los pájaros eran
sus únicos amigos,
que con ellos hablaba, que le hablaban
desde las limpias copas de los árboles
contándole sus anchas aventuras,
sus idas y venidas, los asombros
radiantes de sus alas.
La gente se reía…
Se lo encontraron muerto
una alegra mañana, tras las tapias
de la vieja dehesa.
Nadie supo explicarse
cómo pudo morir en primavera.
Nadie supo explicarse
el porqué de su cuerpo derruido
bajo una inmensa nube
de pájaros llorando.
EL MILAGRO
(De “Los sigilos violados”)
EL MAR
(De "De la memoria azul")
(De "De la memoria azul")
El mar
quedaba allá, tras la frontera
de los
montes oscuros,
casi
latía, casi se escuchaba
su
azulado rumor.
El cálido
vaivén de sus espejos
rozaba
nuestra sangre
desplegando
un vestigio de campanas
donde
todo era olvido.
Lo
sabíamos nuestro,
cercano,
fulgurante,
pero
quedaba allá,
en una
dolorida lejanía,
a la
distancia justa
del grito
y de la lágrima.
Lo vi por
vez primera
una
mañana alzada sobre el ámbar,
una de
esas mañanas transparentes
donde
sólo es posible algún prodigio
que
obligue a renacer.
Ante
aquella verdad,
ante
aquel llamamiento iluminado
poderoso
y eterno como un padre,
sólo pude
llorar y prometerle
una
intocable estrella en mi memoria.
El mar
quedaba allá, tras la frontera
de los
montes oscuros.
Durante algunos años
hubo un
niño que quiso ser gaviota
y en las
sedientas tardes,
cegado y
malherido por el páramo,
tristemente
volaba
sobre un
acantilado de trigales.
EL MAR LLEGÓ CONTIGO
(De "Ardieron ya los sándalos")
(De "Ardieron ya los sándalos")
Yo nunca tuve el mar:
mi infancia oscura
fue una siesta de cobre en alacenas
donde todo era fuego y jaramago,
donde todo era un rito de orfandades,
de pupilas vacías.
El mar era mi llanto:
albatros en mi frente
me hablaban de esa patria, dibujaban
sus azules fronteras,
su extensa libertad, su luz sonora.
Y yo en mi ausencia,
niño triste y cansado,
viendo pasar los días.
Pero llegaste tú,
y el mar
llegó contigo.
Traías en tus manos la pulpa de las olas,
brilladora y furtiva, en tu pelo
un rebullir de peces asombrados,
y en tus ojos isleños
como un viento salino que cantara.
Era tu piel de arena, tu cintura
una tierna bahía,
tus pechos desbocados un refugio
de veleros sin sueño,
hasta en tu voz guardabas
un no sé qué de brújulas y espumas.
Y te acercaste a mí:
en tus acantilados
yo vi nacer el sol,
me cobijé en tus playas,
aprendí a navegar entre tus islas,
y me encontré la vida buceando
tus simas luminosas.
Yo nunca tuve el mar:
mi
infancia oscura
era un sediento páramo sin nombre.
Pero llegaste tú,
y
el mar llegó contigo
para
siempre.
(De “Los sigilos violados”)
Si un día, al despertar, veis que en los brazos
os han crecido ramas,
que minúsculas hojas como estrellas
brotan de vuestros dedos,
y que la piel se os cubre lentamente
de un musgo serenísimo.
Si no podéis andar, porque una hermosa
maraña de raíces
nace de vuestro pies y os encadena
buscando entre la tierra las ocultas
respuestas a la sed, el ciego origen
de la piedra y el agua.
Si el viento es algo más que una llamada
batiendo los cristales,
y se acerca a vosotros y os acuna
con antiguas canciones,
desvelando a los pájaros lejanos
que os arden en el pecho.
Si el río es un vecino venerable
y su voz os alienta y acompaña
en las tardes oscuras,
y alumbra vuestros ojos describiendo
sus remotas andanzas,
el clamor de sus huellas imposibles…
No temáis, el milagro
se ha hecho luz vegetal, fructificada
promesa en vuestra sangre:
Árboles sois, anclados universos,
esperanza de humanas primaveras,
prisioneros y libres. No os preocupe
la especie ni la forma:
es igual ser ciprés, nogal, olivo,
araucaria o enebro… Lo que importa
es disponer de sombra y ofrecerla
a todo caminante,
vigilar en silencio los senderos,
y aguardar la llegada de quien quiera
grabar en vuestro tronco
unas pobres palabras de tristeza,
un radiante dibujo de alegría,
o una fecha de amor entre iniciales.
EL NIÑO
(De “Los sigilos violados”)
Hay
un niño que llega cada día
ofreciendo
su mínima intemperie
sobre
el claro mantel del desayuno.
Levemente
se asoma
por
la ventana gris de algún periódico,
sin
lágrimas ni risas en su rostro:
sólo
pura mirada
y
un humilde cansancio de terrores
derramado
en sus labios.
Viene
desde muy lejos:
de
las tierras del fuego y la tristeza,
de
selvas y arrozales,
de
campos arrasados, de montañas perdidas,
de
ciudades sin nombre ni memoria
donde
la muerte es sólo
una
muda costumbre cotidiana.
Tal
vez trae en sus manos
algún
pobre juguete:
el
fusil que encontró en aquella zanja
junto
a un hombre dormido,
las
inútiles botas de su padre,
el
arrugado casco de aluminio
del
hermano más alto y más valiente,
el
trozo de metralla
que
derrumbó su infancia en un instante.
Se
sienta a nuestra mesa, quedamente,
como
si no estuviera,
y
contempla asombrado los terrones
de
azúcar, las galletas,
la
alegre redondez de las naranjas,
la
taza de café, con su recuerdo
de
humaredas oscuras.
Nunca
nos pide nada: sólo mira
desde
un viejo silencio,
con
un largo paisaje de preguntas
remansado
en sus párpados.
Y
permanece inmóvil,
clavándonos
el tiempo en su palabra
que
nunca escucharemos.
Como
si fuera un niño, simplemente.
Sin
saber que en sus ojos
lleva
la herida grande
de
todo el universo.
EL SECRETO
(De “Cuaderno de los
acercamientos”)
Ya
todos lo sabéis,
mas
quiero recordaros
que
el secreto es sencillo:
simplemente
hay
que saber mirar,
aunque
la luz nos duela en las pupilas.
Mirar
en derredor.
dejar
la huella
de
nuestro claro asombro estremecido
en
la tersa madeja de los días
hasta
horadar las grietas del silencio.
Después,
aprisionar
en la memoria
ese
raudal de dádivas
que
generosamente nos ofrecen
tantas
hondas verdades escondidas
en
las cumbres del del tiempo y del espacio.
Luego,
reír, llorar,
enamorarnos
de
todo el universo,
incorporarlo
a nuestra piel,
hacerlo
nuestr0,
nuestro…
Y
esperar el milagro cotidiano
de
que un astro nos prenda la garganta
e
incendie nuestra voz.
El
secreto es sencillo.
Tan
sólo eso:
Hay
que saber mirar.
EL SUR
(De “Ardieron ya los sándalos”)
No
indagues en las brújulas,
no
busques
remotas
geografías,
tus
ojos no penetren el incendio
de
las constelaciones
ni
tus manos expriman
el
hermético sol de los jazmines.
El
Sur habita aquí,
en
la callada umbría de estos muros,
en
la alquimia del aire
que
juntos cada día respiramos.
Míralo
como un pájaro
furtivamente
nuestro:
vuela
entre
las leves copas de cristal,
pero
jamás las rompe,
y
roza nuestras frentes
con
sus alas tan llenas de luciérnagas.
A
veces se transforma
en
un hondo silencio, se refugia
en
las hojas de un libro
o
en la serena luz de tu regazo.
Y
entonces es más nuestro
todavía,
más
intensa su voz,
más
certero su gozo que nos une.
Olvida
los caminos,
los
mapas empolvados de palabras propicias:
el
Sur habita aquí,
nos
navega la sangre,
rebrinca
en nuestras médulas.
Somos
nosotros mismos
ese
rincón de fuego,
esa
radiante esquina de la vida,
ese
cálido Sur
que
tanto tú deseas.
ESCÚCHAME
(De “La memoria intramuros”)
Escúchame:
De acuerdo con el frío,
también de acuerdo, sí, con el silencio,
de acuerdo con la sombra interminable,
y con la soledad…
Pero el olvido, no… nunca el olvido.
No hablo del olvido de quienes hoy me quieren,
o antaño me quisieron,
de quienes quedarán en un primer momento
-así quiero creerlo-
bajo una triste lluvia de párpados ausentes,
hasta que el viento borre los signos más lejanos,
el eco ya dormido de mi voz.
Hablo de mi memoria, de mi propia memoria,
esta memoria mía que atesora
tanta vida vivida,
tantas difuntas muertes,
tantas risas y llantos, tanto amor.
Mi memoria poblada de distancias,
del júbilo cercano de mi mar,
de paisajes que vibran y apasionan,
de caminos, de ríos, de bosques, de ciudades,
de todo el ancho mundo
que tuve el privilegio de ver y recorrer.
Mi memoria repleta de páginas y versos,
de hondas melodías que nunca callarán,
del clamor de la piedra hecha milagro,
de la forma trocada en emoción.
Mi memoria, caudal inagotable
de miradas, de labios, de manos, de caricias,
de palabras que dije, de palabras que oí.
Mi memoria entregada a su memoria,
-ya sabes de quien hablo-
en la que ella siempre alentará.
Puedes quitarme todo,
todo cuanto me diste: tuyo es.
Pero yo edifiqué esta memoria mía.
la sembré de aventuras y de nombres,
la colmé de momentos inmortales,
a través de los días
a enriquecí, la hice renacer…
Escúchame:
no pongo condiciones, sólo pido
permanecer por siempre en mi memoria,
que mi memoria permanezca en mí.
Por favor, no me digas
que no puedes hacerlo, que sería
contravenir las normas,
romper el equilibrio,
o transgredir las leyes
de tu imperio ancestral.
Sé que puedes hacerlo, sé que puedes…
porque en esa memoria, no lo olvides,
habitas tú también.
ESCÚCHAME
(De “La memoria intramuros”)
Escúchame.
No pongo condiciones:
ya sé que en este juego yo soy quien tiene todas
las de perder. ¿Qué más puedo decirte?
Pero sin condiciones ni exigencias,
sin el menor deseo
de querer negociar, te rogaría
solamente un minuto de atención.
Un minuto no es nada para ti:
una brizna, un plumón, el leve vuelo
de una mínima nube en tu dominio,
ya sé que en este juego yo soy quien tiene todas
las de perder. ¿Qué más puedo decirte?
Pero sin condiciones ni exigencias,
sin el menor deseo
de querer negociar, te rogaría
solamente un minuto de atención.
Un minuto no es nada para ti:
una brizna, un plumón, el leve vuelo
de una mínima nube en tu dominio,
una mota de polvo en tu universo.
Eres dueño del tiempo, ya lo sé,
pero tú me entregaste una porción de tiempo
Eres dueño del tiempo, ya lo sé,
pero tú me entregaste una porción de tiempo
y yo le puse alas, desgrané sus
espigas,
la hice fugitiva en su propio fulgor.Escúchame:
De acuerdo con el frío,
también de acuerdo, sí, con el silencio,
de acuerdo con la sombra interminable,
y con la soledad…
Pero el olvido, no… nunca el olvido.
No hablo del olvido de quienes hoy me quieren,
o antaño me quisieron,
de quienes quedarán en un primer momento
-así quiero creerlo-
bajo una triste lluvia de párpados ausentes,
hasta que el viento borre los signos más lejanos,
el eco ya dormido de mi voz.
Hablo de mi memoria, de mi propia memoria,
esta memoria mía que atesora
tanta vida vivida,
tantas difuntas muertes,
tantas risas y llantos, tanto amor.
Mi memoria poblada de distancias,
del júbilo cercano de mi mar,
de paisajes que vibran y apasionan,
de caminos, de ríos, de bosques, de ciudades,
de todo el ancho mundo
que tuve el privilegio de ver y recorrer.
Mi memoria repleta de páginas y versos,
de hondas melodías que nunca callarán,
del clamor de la piedra hecha milagro,
de la forma trocada en emoción.
Mi memoria, caudal inagotable
de miradas, de labios, de manos, de caricias,
de palabras que dije, de palabras que oí.
Mi memoria entregada a su memoria,
-ya sabes de quien hablo-
en la que ella siempre alentará.
Puedes quitarme todo,
todo cuanto me diste: tuyo es.
Pero yo edifiqué esta memoria mía.
la sembré de aventuras y de nombres,
la colmé de momentos inmortales,
a través de los días
a enriquecí, la hice renacer…
Escúchame:
no pongo condiciones, sólo pido
permanecer por siempre en mi memoria,
que mi memoria permanezca en mí.
Por favor, no me digas
que no puedes hacerlo, que sería
contravenir las normas,
romper el equilibrio,
o transgredir las leyes
de tu imperio ancestral.
Sé que puedes hacerlo, sé que puedes…
porque en esa memoria, no lo olvides,
habitas tú también.
ESTA CASA
(De “La mirada
intramuros”)
Esta
casa es mi patria, mi amparo, mi destino.
Aquí
encontré la paz de los primeros vuelos,
los
sueños sin fronteras,
la
lumbre del hallazgo y sus asombros.
Aquí
me convencí
de
la hondura vital de los espejos,
del
archivo de sombras que atesoran
en
su frialdad callada.
Y
comprobé también que las palabras
inesperadamente
pueden
quedar vacías
en
su propia indolencia, inhabitadas,
o
henchidas de un clamor inagotable.
Es
el tiempo distinto en esta casa:
las
horas, aliadas del silencio,
los
días, una insomne sembradura de huellas,
vendavales
indómitos los años…
Esta
casa soy yo, libérrimo y cautivo,
nostálgico
de mar, sediento siempre
de
versos y mañanas.
Renazco
en su regazo, de su venas me nutro,
y
yo soy esta casa, en su luz y en su noche,
en
los altos secretos que sus muros me dictan,
que
la vida me otorgan,
que
indemne me redimen,
y que
indemne me salvan.
ESTATUAS
SIN MEMORIA
(De “Meditación de los
asombros”)
Sepulcros anónimos con estatuas yacentes,
en las ruinas de un viejo monasterio medieval.
Bajo la oscura bóveda vencida
cuatro figuras duermen su
abandono:
Sólo bultos labrados,
silente incertidumbre de las
formas,
desolación del mármol
sin el hondo calor de la
memoria.
Un lentísimo invierno
poblando fue de escarcha sus
perfiles,
destruyendo ataduras, inmolando
sus huellas al silencio.
Alzóse en torvo triunfo la
ceniza:
ni siquiera sus nombres
lograron remontar el
infortunio,
que así paga el destino,
en tan voraz moneda,
sus enconadas deudas con la
vida.
Y saber
que estos montones tristes
respiraron,
se inundaron de amor, o lo
sufrieron,
acumularon juncos y raíces
en sus odres de sangre,
ardientes vendavales en sus
frentes,
escenas de dolor o de alegría
en la cálida luz de sus
miradas…
Todo fue.
Todo huyó.
Sólo quedan
cuatro nadies yacentes, cuatro
alcores
de muda ingratitud,
cuatro siglos de hielo
renaciendo
multiplicadas muertes cada día
en este yermo imperio del
olvido.
ESTO HA CAMBIADO MUCHO
(De “Década del insomnio”)
Esto
ha cambiado mucho: ya no veo
aquel
ciervo gallardo y distinguido
que
jugaba en la sala
con
los tres elefantes pequeñitos,
y
todos tropezaban con la hiena,
siempre
muerta de risa, tan alegre.
Ya
no vienen los mirlos disfrazados
de
bardos y juglares, ofreciendo
coplas
de arcipreste, serenatas
en
antiguos rabeles,
ni
el colibrí me cuenta sus problemas,
ni
me piden consejo los guepardos,
ni
salgo de paseo con la iguana
al
caer de la tarde.
Esto
ha cambiado mucho: aquel rinoceronte
tan
honrado y sincero, tan tranquilo,
ya
no está, se ha marchado,
y
la tierna pareja de gaviotas
ha
debido emigrar hacia otro mares.
Hasta
el viejo centauro y su centaura,
que
tanto me querían,
me
dijeron adiós, me abandonaron,
como
también se fueron los halcones.
las
nutrias, los delfines…
Esto
ha cambiado mucho: todos dicen
-el
doctor, mi familia, mis amigos-
que
me encuentran muy bien,
que
cuánto he mejorado en poco tiempo…
Y
nadie se da cuenta
de
que yo, en poco tiempo, me he quedado
tremendamente
solo.
EUDE PICTRIX
(De “Meditación de los asombros”)
“Eude pictrix”: firma, quizás
por primera vez en la historia
del Arte, de una mujer pintora,
miniaturista, junto a Emeterius,
del códice “Beatus” de la
Catedral de Gerona/España (año 975).
Nadie
sabe de ti,
nadie
conoce
qué
cantatas de luz, qué primaveras
envolvieron
tus dedos
hasta
romper en púrpuras
el
sumiso telar de la costumbre.
Mas
fulgen y perduran los dominios
que
habitó tu pincel,
diminuto
universo en lozanía,
prodigio
derramado
en
viejos plenilunios de vitelas.
Nadie
sabe de ti,
pero
tú fuiste.
¿Qué
hermosa rebelión ardió en tus manos?
¿Qué
zodiacales vientos alentaron
tu
insólito destino de arco iris?
Como
una garza imaginarte quiero
volando
sobre espigas sorprendidas,
ojos
de amanecer, talle de almendra,
leve
bruma en tu pecho, campaniles
tus
dormidas palabras.
Nadie
sabe
de
ti, pero se escucha
tu
pulso dibujado, Eude pictrix,
lejanísima
virgen, alborada
en
un oscuro tiempo
de
rezo y vasallaje.
Como
ofrenda
a
tu silente rastro de orfandades
pongo
sobre tu nombre
una
menuda rosa,
y
en el reducto fiel de mis asombros
aprisionada
quedas.
FLORES EN LA ARENA
(De "Adagio mediterráneo)
Hay unas flores rojas en la orilla,
sobre la tersa arena despoblada de huellas
en este invierno largo,
tan próximo y tenaz.
Unas flores que mueren muy despacio
entre el púrpura invicto de la tarde,
ante el inmenso mar que las contempla
con un cansado asombro,
con un tierno dolor.
El plácido ondular de su oleaje
acaricia sus pétalos, descubre
la belleza que fue,
o la que permanece todavía
en esa inexplicable inmolación.
¿Qué pretérito encierran esas flores,
qué proclaman aún?
¿Predijeron la fecha de unas bodas
o fueron compañía de la muerte,
espejo de la ausencia,
o sirvieron quizás para decir amor
entre unas manos trémulas,
muy cerca de unos labios conmovidos?
¿Por qué han sido entregadas
a la injuria terrible del silencio,
a su desnacimiento en soledad?
¿Qué voces escucharon, qué miradas
les dieron el mensaje
que ahora, enmudecidamente, guardan
o intentan olvidar?
No hay respuesta posible: el destino
ha borrado su imagen, su mañana,
su mínimo presente:
sólo queda
la trágica hermosura de esas flores
muriendo su abandono
en la clara pureza de la playa,
con el arrullo
fúnebre del mar...
HEMOS DE HACER LIMPIEZA
(De “La mirada intramuros”)
Hemos de hacer limpieza en esta casa.
Han llovido los años: allá arriba, las tejas
se han cubierto de un musgo melancólico,
de un polvillo implacable que oscurece
los más mínimos ecos del pasado.
Las paredes ofrecen
una rara orfandad entre las llagas
que ahora se descubren,
pordioseras al sol, entre la hiedra.
Los álamos desnudos nada guardan
de su viejo esplendor, donde brillara
un festival de pájaros, un griterío
de esbeltas madrugadas,
sólo el silente cántico del viento,
su ausencia, su renuncia…
Hemos de hacer limpieza en esta casa:
Nos espera la puerta con su herrumbre,
la cerradura intacta,
su garganta sin voz (¿dónde la llave?)
Los goznes gruñirán la torpe letanía
de una terca y frustrada rebelión
que en mísera quietud se resolviera.
Un tenue olor a soledad y a nada
impregna las alcobas,
donde los lechos yacen su abandono
de almohadas derruidas, de sábanas desiertas.
Viejos trajes reposan su vencida elegancia
en perchas como garfios, junto al fulgor raído
de imposibles corbatas,
zapatos sin caminos,
camisas fantasmales…
Hemos de hacer limpieza en esta casa:
Las estancias dormitan su clausura
entre manchas de pobres biografías,
arañazos, astillas de un tiempo inacabado,
calcinadas goteras.
En sus nichos, los libros
sufren un sueño lento y humillante,
negados al asombro de los párpados,
a la lenta caricia de los dedos,
al vuelo azul de largas aventuras.
Nadie los abrirá, casi no existen
ebrios de polvo, en desamor hundidos.
Los pequeños recuerdos de mundos y ciudades,
de horizontes altivos y momentos de plata,
muestran en los estantes un carnaval hiriente
de máscaras sin nombre,
de menudas basuras prestas al holocausto,
y los muebles que antaño
fueran viva madera enamorada,
ya sólo bultos son,
inquilinos de espacios desolados…
Abramos las ventanas, ventilemos
tanta historia encerrada, tanta ternura ida,
tantas risas colgadas de las lámparas,
tanto llanto cautivo entre las telarañas.
Barramos todo de una vez, barramos
todo…
pero salvemos, os lo ruego,
ese par de memorias o de sombras
que en un rincón perduran abrazadas,
ajenas a la muerte y al olvido.
HISTORIA
DEL HOMBRE
(De “Los sigilos
violados”)
I
¿Y qué decir del hombre,
cómo cantar su llanto,
su tempestad callada que me ahoga?
Ese montón oscuro de temblores
que lanza desde el frío
su mirada de arbusto
dueño fue de un imperio de mañanas,
dominador de ventisqueros.
Nunca
pudo ponerse el sol en su oceanía
ni doblegó la lluvia
la altivez de su nombre.
A
su paso
las selvas despertaban
con un clamor de musgo,
rendíanle los montes sus cinturas,
desplegaban los ríos
su larga mansedumbre,
y las gemas ocultas en la entraña
alzaban a su frente destellos
lejanísimos.
¡Ah, el hombre inmenso, encerrando en
sus brazos
una constelación de avispas y
jilgueros,
bronco señor del trueno y de la
aurora
ensordeciendo el mundo
con sus himnos de cíclope!
Bastaba un breve gesto de sus dedos
para que bronce y pluma se
hermanaran,
y el volcán derruyera sus presagios,
y reclinara el templo sus ojivas,
y el corazón se abriera
en cárcavas profundas.
A
su voz poderosa
un huracán de sangre
deslumbraba los cielos,
y el tigre más soberbio
besaba entre la hierba sus espuelas,
mientras trémulos astros entonaban
una coral doméstica
de
tímidas cantatas.
¡Qué digno frente al mar
numerando sus islas en los ocasos
rojos,
apretando en sus manos las galernas,
dormida entre sus dientes
la llave que amordaza
la libertad del viento y sus
espumas!...
II
Pero el hombre tenía
vocación de alimaña.
Con sus uñas de jade iba cavando un
fosco
entramado de sombras,
pozos interminables,
secretas galerías,
oquedades remotas
donde jamás la luz le descubriera
ni florecieran pájaros o espigas.
Lentamente
la noche fue dejando sus amargas
raíces
en el pecho del hombre,
minando su memoria,
recubriendo su lengua de una cansada
herrumbre.
Aquella hermosa imagen del héroe
coronado
de luna y madreselvas
pulverizó su mármol
dispersando su gloria y su ceniza
sobre el yermo dominio de la ruina.
¡Ah, su lenta ceguera,
su
diminuta voz
que ya no escucha nadie,
sus manos convertidas
en garrass humildísimas!
Cayeron las columnas. Un verdín
infamante
eclipsó los metales. Los topacios
sirvieron
de pasto a las cornejas.
Tocaron los clarines
un larguísimo canto funerario.
Y una seda invisible
que tejieron arañas implacables
fue encadenando al dios en su
guarida,
robándole sus alas,
cercenando su sed,
su nostálgica sed de viejos
albedríos.
Desde aquí lo contemplo
en su terrible soledad,
indagando la vida con sus ojos de
esparto,
defendiendo del tiempo sus horas
oxidadas,
casi perdida huella,
polvo
apenas…
Y un alacrán antiguo
se me posa en los párpados,
al ver esa intemperie derramada
en mis propios espejos.
INTERROGANTE FINAL
(De “Ardieron ya los sándalos”)
… Y
después,
cuando
ya nuestros ríos den al mar,
cuando
una noche intrusa
convierta
nuestro asombro en intemperie,
¿hacia
dónde tus alas, hacia dónde
las
mías? ¿Qué cobijos
albergarán
de nuevo nuestras voces?
¿Desde
qué extraños iris
contemplarán
el mundo nuestros ojos?
Por
las hondas veredas del espacio,
por
los huecos sin nombre,
por
todos los rincones de la nada,
trataré
de alcanzar alguna estela
que
me conduzca a ti,
que
en ti me resucite.
¡Qué
enmudecida búsqueda, qué escarcha
de
plomo y soledad hasta encontrarte!
Presentiré
tu aliento
en
el marfil cansado de un otoño
de
lentísimas lluvias, en la savia
bullidora
y pujante de algún álamo.
Escucharé
tus pasos
por
las calles más ciegas, por las sendas
del
mirto y la caléndula,
quizás
junto a un revuelo de luciérnagas.
Evocaré
tu imagen
hecha
espiga o abeja, recortada
sobre
la cal de un muro desolado,
llama
fugaz, simiente en mi pupila.
¡Qué
insomnio enloquecido, qué praderas
de
siglos y verdín hasta encontrarte!
Algún
día, ese día que vibra en mi memoria,
iluminado
y nuestro,
renaceremos
juntos a una vida remota,
con
diferentes lunas y arrecifes
marcando
nuestros sueños.
Quizás
nunca sepamos quienes fuimos
y
nuestros viejos nombres sólo sean
como
una oscura música…
Pero
nos amaremos,
seguiremos
amándonos
con
este mismo amor de espejo y lejanía,
vencedores
del tiempo,
dueños
indiscutibles
del ayer y del siempre.
LA ABUELA/LA MUERTE
(De “El clavicordio ante el
espejo”)
LA
ABUELA
La
memoria se torna clavicordio,
mosaico
de jazmines,
pájaros
diminutos en revuelo,
cuando
evoco su grácil, su serena
vejez
adolescente. Parecía
una
antigua figura desprendida
de
algún marfil mozárabe,
un
liviano cristal, una campana
de
tiernísimo bronce. Su presencia
derramaba
en el aire
una
noble fragancia de sosiego,
una
luz venerable y duradera.
Y
en la alegre verdad de su mirada
yo
averiguaba, hondas,
mis
lejanas raíces.
Una
cansada niebla de tristeza
me
refleja aquel día
del
llanto en los rincones, de los rezos
leves
como murmullos, de las gentes
que
inundaban las salas
con
trajes de domingo.
La
abuela, me dijeron, se ha marchado,
se
ha ido para siempre.
No
pude comprender aquel viaje
ni
aquel inmóvil frío en las paredes
que
nos dejó su ausencia.
Pero pronto
mis
ojos descubrieron
que
con ese silencio, con esa soledad,
con
la palabra “siempre”
una
primera puerta se cerraba
en
mi azulada infancia.
LA MUERTE
Después
de aquella puerta, del estruendo
de
su golpe primero,
un
viento pertinaz y sucesivo
me
ha sembrado de aldabas la memoria.
Y
el silencio va siendo un ejercicio
vulgar
y cotidiano, como la propia sombra
dibujada
en un muro,
y
los hondos espejos ya no saben
qué
hacer con tanta huella,
con
tanto gesto inmóvil,
con
tanto desamparo fugitivo,
y
nunca conocemos
qué
remotos designios, qué mandatos
dirigen
esta siega interminable,
y
jamás descubrimos
adónde
van las voces, las miradas,
el
calor de las manos, los secretos
archivos
de las frentes,
y
quizás están cerca, nos escuchan,
nos
llaman., acarician
nuestra
pobre intemperie,
y
la ausencia va siendo una costumbre
que
ya no nos extraña,
a
pesar de su incendio,
y
la rueda terrible va girando
y
en su torvo engranaje se perfila
el
dictado voraz de nuestro nombre,
y
cada nuevo día,
detrás
de su bonanza pasajera,
acecha
un vendaval definitivo
que
batirá los últimos portales,
y
hay un niño asomado a la ventana
con
los ojos abiertos y asustados,
y
ese niño, que ya sabe estar solo,
sigue
sin comprender qué es lo que ocurre.
LA
CAMPANA
(De "La mirada intramuros”)
…donde el poeta trabaja sobre sus papeles, hay
una
campana que
comunica al poeta con el infinito.
David Escobar Galindo
Durante siglos fue campana de convento,
aromada de inciensos en la paz de los claustros,
junto a los pasos leves y el murmullo
de quedas oraciones.
Sus horas transcurrían
entre laudes, maitines, vísperas y completas,
y era su voz junto a las viejas piedras
el símbolo exacto de la serenidad.
Manos blancas, surgidas de burdas estameñas
la tañían, marcaban con su claro sonido
el devenir del tiempo, qué lentamente huían
los ríos de la vida y de la muerte…
Cuando llegó a esta casa
no hubo rincón, ni viga, ni lienzo de pared,
ni alacena, ni mueble, ni reja, ni ventana,
que no se alborozara con su noble presencia.
No vino a convertirse en un adorno,
ni a mostrar, simplemente, su belleza,
sino a testificar con su alegría
ese prodigio diario de que, además de estar,
queremos ser también…
Pasan lluvias, y nieves, y ventiscas,
y momentos oscuros,
y ráfagas henchidas
de ese dolor o miedo llamado incertidumbre,
mas su bronce cercano sigue siendo,
como lo fuera antaño,
el símbolo exacto de la serenidad.
LA MÚSICA/EL SILENCIO
(De “El
clavicordio ante el espejo”)
Nota previa: Mi padre era un
empedernido melómano. En su gramola a manivela, marca “La voz de su amo”, con
discos de pizarra de 78 revoluciones y un magnífico sonido, casi todas las
noches escuchaba, él solo, con la familia o con algún amigo, música clásica. A
veces, pleno de entusiasmo, “dirigía”
los conciertos y las sinfonías -que se sabía de memoria- ante una
orquesta imaginaria…
Pasados los
años, y ya jubilado de su profesión médica, un ictus cerebral y sus secuelas le
sumieron en la indiferencia: dejaron de interesarle muchas cosas, incluso la
música, hasta su adiós definitivo. Los dos siguientes poemas -escritos poco
antes de ese adiós- rememoran aquel tiempo feliz y dejan constancia de su
dramático después. Son mi homenaje a quien desde muy temprano supo inculcarme
el amor al arte, la música y la literatura en todas sus manifestaciones. Y
también van dedicados a quienes, con sus parientes o amigos, hayan pasado por
la dolorosa experiencia que se recoge en “El silencio”.
LA MÚSICA
De la casa dormida sólo queda
memoria de la música.
Era
su manantial
aquella hermosa caja de caoba
de nobleza bruñida y serenísima
que todos respetaban.
Cada
día,
con un amor solemne, con el cuido
de quien oficia un rito,
mi padre despertaba sus secretos
manejando despacio los resortes
prohibidos. Y el silencio
se llenaba de lumbre,
y era todo fragante y luminoso
como una buena lluvia.
Gustav, Amadeus, Ludwig, Franz...
eran
los nombres cotidianos, los amigos
de la sangre cercana. Escuchando
sus altísimas voces,
mi padre, como un árbol
sensible y poderoso,
agitaba sus ramas en el aire
dibujando el sonido.
Yo
escondía
mi niñez en su sombra, compartiendo
el fuego emocionado de sus manos,
y era todo un prodigio
sonoro y perdurable…
En su rincón, inmóviles,
mis juguetes vivían
su olvidada inocencia,
con una rara mezcla de envidia y
esperanza.
EL SILENCIO
Ya no
existe el sonido:
las
entrañas
de la
vieja gramola
se han
cubierto de grama, polvorientas
yacen las
mudas voces en un sueño
de
redondos espejos. Nadie quiere
recuperar
el brillo de los dioses
ni alzarse
hacia las cumbres
desde sus
pentagramas.
La
caoba
es tan
sólo madera funeraria
que un
vendaval cetrino ha derrocado.
Y aquel
árbol,
aquel
hermoso nido de campanas
que yo
creyera indemne pedernal,
muro de
luz, eterno manantío,
es un
parvo jilguero
cuyos
dedos ya tientan los alcores
de la
oscura frontera.
Quizás en
la ceniza
de su
frente lejana
rebullan
como insectos los violines
salvando
de su exilio algún adagio,
algún
cansado allegro, algún maestoso
andante.
Pero nunca
fructifica
el milagro en su palabra
ni en sus
manos renace
el aire
dibujado.
Y ya todo
es silencio.
Y una
herida lentísima
avanza por
la casa, quedamente,
como el
largo finale
de algunas
sinfonías…
Hasta que
llegue el triunfo de la noche
y en la
memoria caigan derrumbadas
las
últimas infancias.
LA HERIDA
(De "La mirada intramuros")
Poesía es respirar por la herida.
Leopoldo de Luis.
Si vuestra herida es, sencillamente,
una simple lesión de los tejidos
penetrante o contusa,
una ofensa a la piel originada
por violencia exterior,
más o menos extensa o lacerante,
más o menos profunda,
la solución es fácil: una cura
con la asepsia debida,
una limpia sutura realizada
por un buen terapeuta,
y sólo os quedará la cicatriz.
O ni siquiera eso: puro olvido.
Mas si la herida oculta su amenaza
en hondos laberintos,
y extiende la espiral de su amargura
por secretas regiones, invadiendo
los huecos intangibles, las calladas
raíces de lo humano,
lenta será la lucha, imposible
su exacta curación.
Habitará en vosotros como un huésped
cercano y duradero,
sangre será de vuestra propia sangre,
testimonio implacable del latido.
Con el tiempo será la compañera
de tristes aventuras:
quizá lleguéis a amarla porque os ame
con su aterida voz, con la certeza
de su tenaz caricia.
Y algún día
despertaréis sin miedo respirando
por ella, y en su imperio
quedará encarcelada vuestra vida.
Aunque os ciegue su llanto, aunque os pese
su carga de dolor.
Porque sólo seréis lo
que ella os duela.
LA
MEMORIA
(De " La mirada intramuros")
Si la memoria es sólo
vuestro archivo
de cómputos y datos,
el álbum familiar
donde dormitan
amarillas imágenes y
espejos,
el cansado cuaderno
de bitácora
de viejas singladuras
por océanos
que el tiempo ha
derrumbado,
el fichero que
encierra una avaricia
de nombres y
semblantes, de lejanas
historias que en la
niebla
perdieron su
fragancia,
la agenda, el
secreter, el calendario…
dueños sois de una
máquina perfecta
que cumple su misión
acostumbrada:
engrasadla y tenedla
siempre al día,
pues útil os será para
la oscura
práctica cotidiana,
para el torpe manejo
del hastío.
Mas si vuestra
memoria es semillero
de voces y rumores,
de cúpulas, de
lluvias, de azaleas,
de ignorados
paisajes, de islas, de alboradas,
de insólitos senderos
hacia el viento,
de escenas y figuras
tan remotas,
que jamás existieron…
dueños sois del
sigilo: el universo
se acercará a
vosotros como un pájaro
cordial y campanero
y os dejará en la
frente
el impalpable polen
de sus alas.
En ese manantial, en
ese hondo
venero de prodigios
hallaréis la verdad,
el limpio origen
de vuestro propio
fuego,
el llanto y la
canción, la sangre entera.
Y seréis como dioses
diminutos
manejando su arcilla,
encarcelando asombros
y palabras,
íntimos horizontes,
fulgurantes ensueños.
LA
PALABRA Y EL FUEGO
(De “Cuaderno de los acercamientos")
A la memoria de mi lejana abuela Joaquina de las
Mozas,
muerta
de siete tiros en mayo de 1808 ante una partida de
soldados franceses por el patriótico grito
de "Fernando
y España!”.
Yo quiero preguntarte, tierna abuela,
doméstica tigresa, luchadora
por una inútil causa
que en la flor de tu pecho se hizo
justa:
¿Qué rayo de rencor, qué rebeldía
desgarró tu garganta?
¿Qué dormidos volcanes habitaban
el menudo entramado de tus huesos?
¿En qué desván de siglos encontraste
la daga de tu voz?
Huele
a miedo la noche, resplandores
de
lejanos incendios anticipan
el
rojizo terror de la tragedia.
La
ebria soldadesca
maldice,
orina, eructa, vocifera
en
desbocada orgía
de
pólvora, rapiña y aguardiente.
¿Qué fue de tus trigales, tierna
abuela?
¿Dónde los viejos muros de tu casa?
Han hendido tu tierra, han profanado
tus heráldicas piedras. Sólo queda
un sórdido rumor de extrañas lenguas
lamiendo los andamios de tu historia.
Odiadas
sombras cruzan tu camino,
te
averiguan, intuyen
la
altiva soledad de tu presencia:
quieren
oír tu llanto y sólo escuchan
la
furia de tu estirpe hecha palabra.
Heroica tonta mía, dulce alondra,
podías haber callado tus verdades
como tantos hicieran, emboscados
en el lívido rito de las adulaciones.
Mas una ira súbita y mordiente
ascendió la escalera de tu pecho
y descansó en tu boca.
Negada
está la aurora a los luceros.
Los
tristes nubarrones del encono
han
posado su lluvia amarillenta
en
el fatal gatillo.
Siete
dedos se engarfian como siete
alucinados
áspides.
Siete
espasmos de fuego.
Siete
dardos de plomo se cobijan
en
tu cuerpo arrugado.
¿Has visto lo que has hecho, loca
mía?
¡Qué torpeza infantil la de tu gesto!
Ante la sinrazón de los fusiles
es inútil jugar
el naipe del fervor o de la idea.
¡Mira como el torrente de tu sangre
va empapando tus haldas!
¿Hablas de libertad? ¡Si tú
supieras…!
No, abuela, no, ya sé que tú no
lloras:
no son tuyas las lágrimas
que humedecen tus manos de jilguero.
Cierra los ojos, duerme. Todavía
respiramos la noche y su ceniza.
Pero en la piel nos surca la
esperanza
de un claro amanecer tras los olivos.
LA VIEJA DAMA
(De “Los sigilos violados”)
Hay
una vieja dama
que
llama suavemente a nuestra puerta
con
el leve marfil de sus nudillos.
Conoce
bien la casa:
nos saluda
con
su hermoso silencio
y
deja en el vestíbulo sus guantes,
su
sombrero, el cansado paraguas
de
las lluvias de otoño.
Luego entra
en
la sala, derramando a su paso
una
luz somnolienta de quinqués,
un
remoto perfume de magnolios.
Se
sienta en la penumbra:
siempre
ocupa
el
callado rincón de la ventana,
y
desde allí nos mira
con
sus ojos de sándalo,
mientras
brota en sus dedos
el
mínimo huracán del abanico.
No
necesita hablar:
la vieja dama,
con
su tenue presencia,
nos
descubre un paisaje de hondos universos,
nos
hace recorrer caminos muy lejanos,
dibuja
en nuestra frente escenas y palabras
aromadas
de olvido.
En
las horas del llanto
se
acerca al clavecín, y canta quedamente
una
alegre balada que enamora,
hasta
que vuelve el sol a nuestros labios.
¡Qué
remansado mar,
qué
lluvia generosa
nos
da su compañía!
¡Cuánta
vida renace
con su silente
bruma!
Cuando
llega el momento, se despide
con
un breve ademán:
quizás
vuelva mañana.
La
vemos alejarse, rodeada de pájaros,
maternal
y serena.
El
frágil camafeo
que cuelga de su
cuello
guarda
la miniatura
de
nuestra propia vida.
Porque
esa vieja dama es la nostalgia.
LAS CANÉFORAS (Homenaje a Rubén Darío)
(De “Década del insomnio”)
Que púberes canéforas
te ofrenden el acanto…
(R. D.: Responso a Verlaine)
Abundaban
los vinos y néctares de Chipre,
los
manjares de Patmos, las frutas de Corynto.
Entre
leves guirnaldas, saltatrices y aladas
en
la sutilidad del aire, al son de caramillos,
de
címbalos y flautas, danzaban las canéforas.
En
sus bellas cabezas, canastillos de flores,
y
a través de sus peplos, al sol de la mañana,
sus
pechos oferentes, subversivos e intactos.
De
acanto coronados, con sus bocas repletas
de
palabras felices, de zumos y licores,
los
hombres las miraban. Era todo un clamor
de
tiempo en alborozo, de incólume alegría
en
la campiña pura…
Pronto
acabó la fiesta:
llegó
con sus torpezas el beodo obstinado,
el
tonto metepatas, pasmón y vocinglero,
engarfiados
sus dedos sobre muslos y nalgas,
prestas
sus necias manos a la procaz caricia,
buscando
con sus labios lujurias imposibles,
impudicias
buscando.
En
un vuelo de gritos
y
un tropezar de enojos, por los prados de Delfos
huyeron
asustadas las púberes canéforas.
Nadie
pudo encontrarlas…
Muchos
siglos más tarde
otro
borracho insigne, entre eructos de absenta
y
sueños de jaguares, las acogió en sus brazos.
Y
lenta, tiernamente, bajo el arrullo inmenso
de
su voz de gigante, entraron las canéforas
en
la inmortalidad.
LAS HUELLAS REDIMIDAS
LAS HUELLAS REDIMIDAS
(De "Cuaderno de los acercamientos")
¡Qué indemne claridad,
qué extensos vuelos
invaden mi reducto cuando a solas
me acerco a mi memoria!
Todo se torna leve:
Un silencio
de vieja catedral
se adueña de mi entorno,
me acoge entre sus brazos, me rescata
del torpe griterío
que bulle más allá de las ventanas.
Los párpados cerrados me liberan
del ancla del presente, propiciando
el tránsito al milagro.
Con manos enguantadas
en el vidrio más frágil, mi memoria
abre el hondo bargueño del pasado,
rebusca entre su noche
y extiende ante mis ojos
el anchuroso álbum de mi vida.
A través de sus páginas de niebla
renazco y recupero
la hermosa nitidez de algún paisaje,
aquella luz dorada de unos días
ebrios de fruta y sol,
mi largo deambular por una senda
estrellada de instantes prodigiosos:
una lenta caricia, una mirada,
una voz como un eco que aún pervive,
un instante sembrado de latidos…
Las huellas más lejanas de mi historia
regresan hacia mí, ya redimidas
de esa pátina oscura
que el tiempo y su furor depositaron
sobre su tersa y limpia desnudez,
y vuelven a ser mías
cuajado mi cerebro de distancias.
Calmada está mi sed.
El aire recupera
su espesa actualidad,
la inmediatez cercana de mis horas.
Con gratitud me aparto
de la amorosa voz de mi memoria:
será corta mi ausencia,
porque mañana el hoy será recuerdo
y solamente ella puede darme
una resurrección en mi muerte diaria.
LAS PALABRAS
(De “Los sigilos violados”)
Llegan
puras, calladas,
como dulces
insectos,
invadiendo
mi frente
con su
zumbido leve,
portando
entre sus alas
esos
frágiles fuegos
sus
cascadas de vida.
Me adivinan
cansado
de
caminar el aire,
de pulsar el
espacio
que
me conduce a ellas,
y entonan en
mis labios
sus
cánticos de polen
en los que
sólo crecen
espejos
y almenaras.
Algunas
traen la noche
ardiendo
entre sus dedos
y derraman
su acíbar
en
mis pobres asombros;
otras son
manantiales,
fulgurantes
prodigios
que anidan
en mis huesos
sus
entrañas de azogue.
Palabras
como huellas,
dejando
en los alféizares
un lacre
enamorado,
vivísimas
palabras,
saltimbanquis
del alma
sobre
una red de sombras,
palabras
como astros,
como
madres sonoras,
diminutas
palabras,
que
juegan como pájaros,
palabras
generosas
que
nos llenan los ojos
de un trigo
inagotable,
doloridas
palabras,
palabras
desplegando
tormentas
y paisajes.
Vosotras
sois mi patria,
mi único
universo:
sólo
con vuestro aliento
puedo
habitar sin llanto
esta
vieja intemperie,
esta piel
fatigada.
Vosotras
me hacéis libre:
en vosotras renazco.
LAS PALABRAS NOCTURNAS
(De “La mirada intramuros"))
A veces, las palabras, por la noche,
salen del diccionario,
vuelan enloquecidas por la casa,
hurgan en mis papeles,
indagan en mis libros,
buscan frases o versos en los que acomodarse,
creyendo en su inocencia
que así podrán entrar en la inmortalidad.
No esperan mis llamadas, mis reclamos,
cuando quiero atraparlas
y decidir su sitio en un poema:
quieren vivir su vida independiente,
disfrutar de aventuras sin fronteras,
elegir su destino…
Pero siempre sucumben en su propia desdicha:
no encuentran el lugar que, según ellas,
debieran merecer
y regresan calladas, vencidas y tristísimas,
al reducto común.
En él continuarán aladamente inmóviles
hasta que llegue el día prodigioso
en que puedan cambiar su oscura suerte
por el tenaz deseo
que sus frágiles sueños alentaron: renacer como versos
ser leídas, amadas, acogidas
en el hogar de una memoria amiga,
acurrucarse allí,
allí permanecer,
allí sobrevivir…
(De “Adagio mediterráneo”)
Vieron
llegar la nave:
como
siempre
elevaron
sus cánticos pianísimos,
sus
murmullos de lluvia y arboleda
que
un céfiro brumoso llevaba lentamente
a
las sienes morenas de los hombres,
allí,
donde se oculta el desconsuelo
y
remotos paisajes se atesoran
con
el secreto brillo de su azogue…
Vieron
pasar la nave:
nadie
se conmovió,
nadie
se derrumbaba, loco, sobre el agua,
nadie
quiso buscar, enajenado,
sus
pechos luminosos, sus miradas de jaspe,
sus
escamas de fuego y de coral.
(Un
hombre entre cadenas,
hermoso
como un héroe,
desgarraba
con llantos y alaridos
aquel
hondo y sereno navegar…)
Vieron
como la nave se alejaba
ajena,
indiferente,
en
calma singladura
hacia
islas felices y puertos abundosos,
firme
como el destino, libre como el olvido,
desplegadas
sus velas al viento y a la sal…
Ausentes,
melancólicas,
asoladas
de un lívido temor,
dejaron
de cantar, envejecieron,
quedaron
con los siglos
ignoradas
de todos, convertido
en
historia dormida su recuerdo.
Y
una pobre mañana,
entre
un torpe revuelo de peces fugitivos,
diéronse
a lo profundo, naufragaron
su
pálido esplendor…
Todos
los navegantes debieran perdonarlas:
ellas
nada querían,
ellas
sólo cantaban y cantaban…
Ellas
nunca supieron que en sus voces
habitaba
la muerte.
LLANTO POR JULIA ANULA
(De “Meditación de los asombros”)
“Julia Anula, hija de Cayo, aquí
yace. Por el hado nefando
amenazada, poco vivió: la
muerte la arrebató cuando contaba
18 abriles de su joven edad.
Dile, oh viandante, séate la tierra leve”.
(Lápida romana. Museo Romano de
Mérida, Badajoz/España).
Que
jamás puede ser la tierra leve
para
tu cuerpo en flor,
oh
Julia Anula, dieciocho
abriles
en silencio
y
en terrible quietud.
Que
pesa, y duele, y amordaza
esa
oscura tierra que te inunda
los
ayer limpios ojos,
la
boca soñadora
de
un beso iluminado,
los
derruidos pechos
tan
sólo acariciados por el frío.
No
eres ya ni recuerdo, Julia Anula,
ni
siquiera
ceniza
en columbario,
mas
perdura tu huella en el granito
proclamando
tu
presencia fugaz.
¿Qué
praderas habitas
qué
lagunas
reflejan
tu silueta de gacela,
qué
bronces de campanas se alimentan
con
el llanto lejano de tu voz?
Los
dioses te acogieron
con
la esquiva sonrisa del que oculta
un
error disfrazado de destino,
que
no es justa la muerte
si
la vida es promesa no cumplida.
Perdónalos,
y duerme
un
sueño de truncadas primaveras
entre
tus manes familiares,
mi
dulce Julia Anula,
triste
memoria de muchacha,
sólo
nombre,
definitivamente
piedra.
LLEGARON LOS ARCÁNGELES
(De “Década del insomnio”)
Llegaron
los arcángeles.
Se
supo que llegaron por una luz dorada
cuando
los sueños labran manantiales
en
la yerma memoria de las gentes.
Podían
escucharse sus pisadas
de
luna entre los árboles,
el
rumor de sus voces delgadas como espigas,
y
eran de ver los ópalos serenos de sus ojos
escrutándolo
todo,
el
azulado vuelos de sus manos,
su
gesto entre cordial e indiferente.
Querían
descubrir los paisajes del hombre
y
en jornadas de niebla recorrieron
deltas
de soledad, praderas de rencor,
roquedales
de angustia, penínsulas de hastío,
manaderos
del miedo más oscuro.
A
veces preguntaban: nadie les dio respuesta,
nadie
quiso decirles, nadie quiso explicarles…
Ellos,
entre el silencio,
con
lápices de ámbar escribían
palabras
desoladas en sus libros celestes.
Y
una tarde de plata,
en
un viento levísimo y cansado,
agitando
sus alas muy despacio,
regresaron
por siempre
a
sus mundos distantes.
Cuentan
quienes los vieron
que
volaban llorando, los arcángeles.
LOS AMANTES
(De “Adagio mediterráneo”)
Se
amaban con la clara intuición de las brújulas,
con
la firmeza honda de las áncoras,
con
la serenidad del sotavento,
y
ante el mar proclamaron
su
inextinguible amor.
Un
día, navegando junto a los arrecifes
de
las islas sin nombre, disfrazada
de
torva tempestad
les
llegó la llamada del Destino:
fue
muy rápido el tránsito,
abrazados
sucumbieron
sus cuerpos
y
con su vivo abrazo permanecen
entre
los mudos restos del naufragio,
allá,
en lo profundo…
Cuando
el mar se adormece
con
la queda cantiga de la luz,
y
las aguas se amansan o se olvidan,
y
pairan los veleros, y las aves
dibujan
el espacio con sus vuelos lentísimos,
y
el mundo es un milagro de inmóvil esplendor,
pueden
verse, yacentes,
sobre
un lecho de algas y sargazos
sus
leves osamentas.
Todavía
hay
huellas de caricias
en
el yerto marfil de sus falanges,
y
minúsculos peces de mercurio
dan
brillo y movimiento a sus cuencas vacías,
y
el coral ruboriza sus mejillas.
y
en lo que fueron labios se averigua
ardiente
y duradero
el
beso del adiós definitivo
con
su intacto fulgor…
A
veces las corrientes que llegan de lejanos
designios
submarino
mecen
con suavidad
la
traslúcida calma de sus cuerpos
y
simulan las ondas un instante de vida,
un
mínima danza feliz y funeral.
Pero
pronto regresa la quietud
y
un pausado desfile de hipocampos
acompaña
su paz,
su larga dormición…
Y
en amorosa entrega allí perviven
vencidos
por la muerte
pero
jamás vencidos por el tiempo,
eternamente
póstumos,
eternamente
fieles,
amantes
para siempre
en
la hondura del mar.
LOS ÁNGELES DEL MAR
(De “Adagio mediterráneo”)
Los
ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran
suavemente a los ahogados
hasta
playas amigas,
y
allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y
peinan su cabellos con esmero
para
que no parezcan tan difuntos
y
sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A
veces depositan sobre sus pobres párpados
dos
denarios de plata recogidos
de
algún pecio profundo
para
borrar el miedo de sus ojos
y
que el asombro vuelva a sus pupilas,
o
ponen en sus manos caracolas y pétalos
como
si fueran niños que dormidos
quedaron
en sus juegos.
Finalmente,
con leves movimientos,
abanican
sus rostros muy despacio
y
ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles
tan sólo los nombres de mujer...
Casi
siempre suplican a los altos querubes
que
trasladen sus almas con cuidado,
porque
el mar dejó en ellas salobres arañazos,
golpes
de barlovento, heridas abisales,
y
en el más largo instante
vieron
cómo sus vidas se alejaban, se hundían
en
el temblor callado de las aguas,
y
con sus vidas iba su memoria,
y
en su memoria todo cuanto amaron
o
pudieron amar,
y su dolor fue grande...
Cumplida
su misión, vuelan los ángeles
hacia
las blancas ínsulas del sueño,
y
los ahogados quedan
solitarios
y espléndidos
en
sus dorados túmulos de arena,
serenos
como dioses,
dignos en su derrota,
esperando
que nazca la mañana,
que
les cubra la luz,
que
jamás les alcance
el frío del olvido.
LOS TRENES/LOS SUEÑOS
(De "El clavicordio ante el espejo")
LOS
TRENES
En
la vieja estación se respiraba
un
tiempo horizontal y desgajado,
una
tránsfuga luz, un laberinto
de
huellas sucesivas.
Acercarse
a su orgía de vaivenes,
a
sus gentes remotas, al sonoro
vigor
de su ferralla,
era
encontrar abierta la aventura,
ofrecidas
las alas, desterrado
el
cotidiano canto de lo inmóvil.
Como
tiernos juguetes gigantescos,
los
trenes desplegaban las auroras
en
nuestra piel dormida. Su llegada
era
un ancho festejo de martillos,
de
brasas y humaredas, de premuras,
de
imperativas voces, de campanas.
Detenido
en sus hierros
o
en sus largas teorías de cristales,
un
dominado viento reflejaba
todas
nuestras ausencias:
Los
bosques ignorados, las remotas
ciudades,
los océanos, la nieve,
las
extrañas palabras, las distancias,
el
palpitar inquieto de una vida
frecuentada
de asombros.
Un silbido,
con
su larga hecatombe de fragores,
daba
fin al prodigio, y el silencio
retornaba
a los párpados.
En
el andén quedaba una planicie
de
humildes orfandades, la presencia
de
lo siempre lejano,
y
unos ojos pequeños y cansados
buscando
manantiales
de
cúpulas y alondras en el aire.
LOS SUEÑOS
Largos
trenes los sueños, hilvanando
paisajes
fugitivos, territorios
del
vuelo y la nostalgia, parameras
donde
crece la sed como una herida.
Avanzan
en lo oscuro: desde lejos
divisamos
sus luces, sus señales
atravesando
el tiempo, y escuchamos
su
inquieto trepidar, el griterío
que
anticipa gozoso su arribada.
Parece
que están cerca, los tenemos
casi
junto a nosotros. Pero muchos
no
llegan, descarrilan, se disuelven
en
una niebla o túnel, ignorados.
Otros
pasan de largo, fugazmente,
con
un fragor de olvido y lejanía,
y
nos dejan, atónitos, el viento
de
un largísimo invierno en la mirada.
Algunos,
raramente, se detienen:
acercamos,
abiertas, nuestras manos,
dispuesta
la sonrisa, preparada
la
caricia y la voz, la bienvenida.
Mas
vemos desolados que no hay nadie
en
sus hondos vagones, que tan sólo
un
furtivo silencio nos saluda.
Y
vuelven a partir, con su vacío,
y
ateridos quedamos. Pero ya
otras
luces avanzan en lo oscuro
de
nuevo hacia nosotros, escuchamos
su
inquieto trepidar, el griterío
que
anticipa gozoso su arribada…
Y
amanece la lumbre en nuestros ojos,
y
seguimos de guardia en los raíles
recubiertos
de grama, con los brazos
tendidos,
suplicantes, siempre atentos
a
este tráfico inútil que no cesa,
a
ese tren que no llega, que no para,
o
que sólo nos deja llanto y humo
en
este pobre andén de la esperanza.
MANOS SOBRE FONDO ROJO
(De “Meditación de los asombros”)
Pintura rupestre en la Cueva
del Castillo,
Cantabria/España.
Hay que olvidar el tiempo, remansarlo
en el cauce sutil de un viejo río
que no tuviera mar, que no tuviera
la esperanza de hallar su dulce
muerte.
Y acercarse a vosotras
—cubiertas de milenios, tan lejanas—
con el hondo respeto del que escucha
una palabra fiel, un balbuceo
de anónimas regiones,
quizás la voz antigua
de algún astro imposible.
Un horizonte oscuro y sin linderos
os ciega y amordaza,
pero perdura el grito y se renace
en un vivo clamor, en una súplica
hacia dioses de lluvia y humareda.
¿Qué reflejo de amor os dio la vida?
¿Qué indómitos latidos albergaron
vuestras venas de asombro y de
montaña?
¿Dónde brotó el impulso
que os hizo florecer
en vuestra lenta, inagotable aurora?
Como ancestrales pájaros sin norte
os agitáis al viento en sed de fuga,
mostráis al universo
vuestra oculta raíz,
manos abiertas
señalando caminos, manantiales
de una cósmica luz.
Sobre
vosotras
he de posar las mías
tan recientes, tan torpes, tan calladas,
tan huérfanas de soles:
quiero sentiros más,
quiero
grabaros
en el fosco nevero de mi sangre,
asumir vuestro pálpito de abismos,
recoger el aliento solidario
del hombre que dejó sobre esa roca,
acaso sin saberlo,
la soledad remota de un poema.
MONÓLOGO CON
MOZART EN TARDE
DE LLUVIA
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
hermoso y fiel amigo,
que esta tarde de lluvia me han
hablado
todos tus violoncelos:
comentaban
aquellos viejos días de salitre
tan ebrios en la ausencia,
tan repletos de arena y soledades,
tan siempre regresados.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
ángel truncado en vuelo,
que tu voz se me enreda entre los
ojos
como una hiedra lenta y me retorna
a infancias melancólicas,
a cansadas esquinas, a horizontes
que jamás se me alzaron,
a las sombras de olivos sin ternura
en las desiertas sendas.
Quiero decirte, Wolfgang Amadeus,
alegre compañero,
que te sientes aquí, junto a
nosotros,
en este exilio de paredes blancas
que hemos ido naciendo entre poemas
para volver a ser más puros,
quizá para volver a ser, tan sólo.
Ponte cómodo, hermano,
toma un vaso de vino, bebe, canta,
que esta tarde de lluvia no hay
tristeza
que nos pueda rendir,
aunque algún clavicémbalo nos hiera
las perdidas memorias, los espejos
de lejano mirar.
Sólo quiero decirte, Wolfgang
Amadeus,
alondra de esta casa,
que resumes el tiempo en nuestras
sienes,
que tus alas nos cubren
para tomar el pulso a las mañanas,
que nuestra torpe lluvia se diluye
como el humo olvidado de un mal sueño
al escuchar tu luz.
MUÑECA DE
MARFIL, SIGLO IV, HALLADA EN LA NECRÒPOLIS
PALEOCRISTIANA
DE TARRAGONA, JUNTO A LOS RESTOS DE
UN NIÑA DE
SEIS AÑOS.
(MUSEO
ARQUEOLÓGICO DE TARRAGONA/ESPAÑA).
(De “Meditación de los asombros”)
¡Qué lenta fue tu noche,
y qué profundo el frío, y qué
terrible
aquel largo silencio!
Imposible el olvido:
unas manos
repletas de ternura
allí
te colocaron,
junto a su dulce sueño, tan inmóvil.
Llegará la mañana, te dijiste,
y con ella su voz hecha caricia,
sus abrazos de madre en miniatura,
quizás la tibia nana recogida
de los antiguos labios.
¡Qué dolorida noche!
Transcurría
el tiempo en su cruel devanadera:
no llegaba el calor, y era el espacio
cada vez más callado,
más hondamente oscuro, vivo asombro
tus ojos de marfil.
Y
tú seguías
ajena a su quietud, eternizada
en un inmenso invierno.
¡Qué dramática noche
de mil seiscientos años ateridos!
Al fin llegó el milagro:
un claro día
amaneció la luz en tu vieja tristeza,
desconocidas manos renacieron tu
cuerpo
hacia una extraña vida,
nuevas voces
comentaron tu insólita hermosura.
Y tú, desconcertada,
perdida aventurera de la historia
en un mundo jamás imaginado.
Ahora habitas
en anchurosa estancia, rodeada
de objetos venerables.
Eres joya arqueológica,
catalogada pieza de museo.
Mucha gente se acerca a tu vitrina,
mas sólo te contemplan.
No eres feliz: yo sé que tú quisieras
regresar a tu hueco,
junto al mudo perfil desmoronado
de los siglos insomnes,
para seguir allí,
calladamente,
alerta en tu vigilia,
pura fidelidad,
enamorada sombra de esperanza.
NACISTE YA CONMIGO
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Naciste ya conmigo:
en el cálido vientre de mi madre,
entre aquella enramada
de sangre y azucenas,
latías junto a mí.
Era tu aliento
lo que un germen de niño atesoraba
para abrirse a la vida sin cautelas,
para subir despacio
hasta un rojo prodigio de volcanes.
Después llegó la luz,
los primeros augurios, la alborada
de los primeros miedos.
Y tú estabas allí, en la humareda
de una canción de cuna,
veladora del llanto.
Tu diminuta voz de lejanías
me hablaba de crepúsculos y azores,
de ardiente claridad, de algún camino
hacia los más remotos manantiales.
Vivías en mis juegos:
eras el más valiente
soldadito de plomo, los dibujos
de aquel libro de duendes y de bosques,
el tren que nunca tuve,
el velero pirata, la sorpresa
de aquellos luminosos cumpleaños.
Fuimos creciendo juntos:
en las noches
del cíngulo y la brasa te asomabas
a la voraz llamada de mi boca,
derramabas en ella
una embriaguez de fiesta y de jazmines,
un vino anticipado.
Y era mi soledad como una alforja
que sólo tú llenaras.
Fue desgranando el tiempo, lentamente,
su cansada molienda.
Y de pronto,
un día zodiacal y enmudecido,
a una hora sin nombre
que nunca los relojes reflejaron,
perforaste la sombra:
tu
memoria
se convirtió en hallazgo palpitante,
en cercana verdad, en tacto puro…
Y apareciste toda
plena de lumbre,
real y duradera,
ya para siempre mía,
de mis ardidos sueños rescatada.
NUESTROS FUGITIVOS
(De “Cuaderno de los acercamientos”)
Se
nos van yendo y yendo, lentamente,
en
un éxodo gris y enmudecido,
hermanos
ya de todas las espigas,
inquilinos
eternos
de
las inciertas noches del asombro.
¡Que
granizo nos deja en la memoria
su
horizontalidad imperturbable,
su
ternura hecha hielo,
sus
pupilas por siempre encarcelando
inhóspitas
praderas!
Se
nos van yendo y yendo, lentamente,
como
un río de lava que avanzara
hacia
ignorados mares,
resumiendo
en ceniza los senderos
que
antaño florecieran con sus voces.
Son
nuestros fugitivos, los ajenos
al
tiempo y al espacio,
huéspedes
somnolientos de la nada.
De
su antiguo calor tan solo queda
un
puñado de lívidos recuerdos
y
una oscura orfandad que nos ofrece
su
imagen hecha estrella en cielos lejanísimos.
Se
nos van yendo y yendo, lentamente,
en
un exilio ausente de esperanza,
y
en nuestro pecho ya no cabe el llanto,
y
es mas hondo el silencio cada día,
y
más indiferentes respiramos
el
aire azul de nuestras madrugadas.
Su
marcha hace que crezcan los otoños
En
nuestras biografías malheridas:
poco
a poco sus nieblas nos sumergen
en
una inevitable y densa soledad…
OFRENDA
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Todo tu cuerpo es cauce,
arena remansada, piedra lenta,
fragor de juncos en la orilla.
Pasas
y es el agua quien pasa.
Ya no hay viento
que no deje su voz en tu cintura.
Con ademán de luna te me ofreces
en tu silvestre plenitud:
Escucha
esta canción que llevo en las entrañas,
este mundo de brasas que me traje
de los altos neveros…
Soy el rumor del río
que inundará tus sueños.
PÁJARO POEMA
(De “Cuaderno de los acercamientos”)
Sé que está ahí, oculto y asustado
en un hondo rincón,
bordeando los filos de la duda
con su segura carga
de heridas y caricias.
Presiento su latido inconfundible,
su levedad de sombra entre las sombras
ajenas de la noche,
su tímido perfil desdibujado
en los lejanos huecos.
Desde mi ardiente orilla le requiero,
angustiada mi voz,
brillando en mi palabra
la orden y la súplica.
Me niega su presencia. Le persigo
por astutas veredas, acorralo
sus frágiles temores, acaricio
su erizado plumón, todo ternura.
Cuando creo tenerlo entre mis manos,
ya para siempre mío,
vuela lejos de mí, enloquecido,
dejándome en el pecho
un absurdo serrín de versos inservibles.
Furtivo en mi penumbra
espero su retorno, mansamente,
con la sutil paciencia
del que se sabe a solas con su incendio…
Volverá con la aurora,
palpitante y sumiso como un astro,
dispuesto a colocar su dulce grito
en la cúspide exacta de mi sangre,
y dormido en mis redes
yo velaré por siempre su sueño prisionero,
su hermosa esclavitud que me anticipa
mi propia libertad.
PÁJAROS
(De "La mirada intramuros")
(Aquella mañana no llegaron los pájaros)
¿Dónde
estarán los pájaros?
¿Dónde la plata viva de sus voces?
¿Dónde la geometría de sus vuelos
sobre esas tejas pardas
¿Dónde la plata viva de sus voces?
¿Dónde la geometría de sus vuelos
sobre esas tejas pardas
que
me cubren, me ocultan, me refugian?
Llegaban cada día pregonando el orgullo
de la noche vencida
trayéndome el futuro entre sus alas,
la sonrisa en sus picos de marfil,
la esperanza en la inmensa
levedad de sus ojos…
¿Dónde estarán los pájaros?
¿Hacia qué extraños nortes emigraron?
¿Qué bosques, qué fronteras,
qué remotos destinos eligieron?
¿A quién dedicarán ahora
la victoria infinita de sus huellas de aire?
Esta dolida ausencia que me envuelve
no sé si es un presagio
o tan sólo una pausa, o quizás
una renunciación definitiva.
Necesito que vuelvan esos pájaros,
que me anuncien la luz,
que me ofrezcan de nuevo
su amistoso clamor,
su liviandad serena y fugitiva…
Si no regresan nunca,
nada será lo mismo en esta casa:
el silencio, un atroz infortunio,
el viento, una cuestión meteorológica,
la soledad, el frío, sólo el frío.
Hoy más que nunca, digo
sabiendo lo que digo:
mi vida en esos pájaros, mi vida
en su entrega cercana,
en su verdad sin límites,
en la azul dignidad de sus mañanas.
Mi vida en esos pájaros, creedlo.
Llegaban cada día pregonando el orgullo
de la noche vencida
trayéndome el futuro entre sus alas,
la sonrisa en sus picos de marfil,
la esperanza en la inmensa
levedad de sus ojos…
¿Dónde estarán los pájaros?
¿Hacia qué extraños nortes emigraron?
¿Qué bosques, qué fronteras,
qué remotos destinos eligieron?
¿A quién dedicarán ahora
la victoria infinita de sus huellas de aire?
Esta dolida ausencia que me envuelve
no sé si es un presagio
o tan sólo una pausa, o quizás
una renunciación definitiva.
Necesito que vuelvan esos pájaros,
que me anuncien la luz,
que me ofrezcan de nuevo
su amistoso clamor,
su liviandad serena y fugitiva…
Si no regresan nunca,
nada será lo mismo en esta casa:
el silencio, un atroz infortunio,
el viento, una cuestión meteorológica,
la soledad, el frío, sólo el frío.
Hoy más que nunca, digo
sabiendo lo que digo:
mi vida en esos pájaros, mi vida
en su entrega cercana,
en su verdad sin límites,
en la azul dignidad de sus mañanas.
Mi vida en esos pájaros, creedlo.
POLEN Y CENIZA
(De “La huella en la ceniza”)
Quiero
tender mis manos suplicantes,
repletas
de preguntas y de sueños,
a
la libre aventura del vencejo
que
vuela y vuela sin cesar. Yo tengo
mis
alas transparentes maniatadas
tras
un largo periplo. Mis sentidos
están
encenagados por un limo
que
hiere sin doler, pero que encierra
un
fuego y un fulgor, una
locura
que
se me va afianzando cada hora
como
un claro repique de campanas.
Soy
polen y ceniza.
No
me importa la sarcástica risa
ni
los torpes ladridos a la lluvia
de
los que sólo saben
contar
o ser contados.
Entre
la turbamulta de la vida
yo
escojo mi sendero solitario
y
salgo a conquistarme los más lejanos ríos,
las
pleamares, las nubes, los volcanes…
con
una libertad que es sólo mía,
con
una libertad que es mi destino.
POR LOS VALLES…
(De “Silva de extravagancias”)
Por los valles del sueño y del asombro,
junto a un fragor de helechos y luciérnagas,
por la roja mansión de los crepúsculos,
muy cerca del fervor de los volcanes,
entre los claros cauces del silencio,
con refulgentes lirios y colmenas,
por praderas pobladas de unicornios,
conversando con mansos vendavales,
tras el rastro del musgo y sus confines,
bajo un hondo rumor de llamaradas,
con la memoria intacta como el ámbar
y el desamor vencido y desterrado…
discurrirá algún día
el río de mi sangre.
PRIMER INTERROGANTE
(De “Ardieron ya los sándalos”)
Antes de esta presencia, de este ahora,
¿qué crisálida fuiste, qué caminos
de juncos y manzanas
abrazaron tus huellas,
en qué tiernas galaxias albergaste
tu esperanzada luz?
Quizás un musgo antiguo y serenísimo
cubriera tus horóscopos
augurando un sabor de terciopelos
para tu piel futura,
ese sabor a lumbre y amapolas
que hoy mis labios cansados recuperan.
Quizás entre las ramas
de algún árbol sin nombre, verde patria
del viento y de sus cítaras,
estuviera escondida la sonora
semilla de tu voz,
el germen de tu risa.
¿Dónde fueron tus ojos, en qué islas
de mares olvidados renacieron
su exacta placidez?
¿Qué manantiales
reservaron su espuma y sus cantigas
para hacer de tu frente una llanura
de trigales campanas?
¿Desde cuándo,
desde qué incierta edad fuiste fermento
predestinado a mí, a mí otorgado?
Antes de esta presencia, de este ahora,
tu lejano perfil,
promesa enamorada recorriendo
una pleamar de tiempos y de espacios
hacia mi soledad.
Flecha certera,
tan siempre presentida.
PROPUESTA
(De “Silva de extravagancias”)
Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.
RETRATO EN AMATISTA (versión 08/2013)
(De “Los sigilos violados”)
Dices muerte, y en tu
palabra asoma
la cicatriz, el
hielo,
la plenitud solemne
de algún muro
que nunca sabrá nadie
dónde fue construido,
qué jardines oculta,
qué regiones ardidas
aprisiona.
A su conjuro acuden
los pájaros más tristes,
se posan en tus manos
y derraman sus
cánticos de luna
sobre tu piel que
nace cada día.
Siempre
vence lo oscuro:
el grito de la
ausencia, con su herida
tan honda y
rescatada,
las pequeñas memorias
que el viento
disemina como humildes cenizas,
la serpiente del frío
con sus ojos abiertos
de carcoma…
Pero la muerte tiene
sus anchas
claridades, universos
de ámbar, playas
inagotables
de arenas como estrellas
donde el sol es más
justo
y el mar lleva en sus
olas un antiguo lenguaje
que imanta y enamora.
Todo en ella es
silencio, cauce, sueño,
lentísima esperanza.
Triunfa
desde todas las
sombras,
pero guarda sus íntimos
secretos
en la hermosa
amatista de sus labios.
¿Y después? ¿Y
después?...
La duda es una espuela que nos hiere
la médula del alma:
Quizás la noche grande envolviéndolo todo.
Quizás un ancho río
de orillas serenísimas.
Quizás la placidez de
un tiempo sin fronteras.
Quizás la soledad, el
miedo, la tristeza,
la negación, la nada.
Quizás una vibrante
letanía
de músicas y versos
inmortales.
Quizás una brumosa
plenitud,
una desconocida ingravidez
Quizás, quizás tan
sólo…
una larga y burlona
carcajada.
SEAMOS COMPASIVOS…
(De “Silva de extravagancias”)
Seamos compasivos con la luna.
Pero no con la luna maternal y magnífica
que alienta con su plata y siembra ensoñaciones,
sino con esa luna que en las claras mañanas
frente al sol nos ofrece su humilde desamparo.
Esa luna cansada, desvaída,
con ojeras y huellas de otras horas,
desahuciada inquilina de la noche…
¿Por qué esa luna ahí, por qué ese rastro
de llanto miserable en el oro radiante
de ese cielo perfecto, de la vida que estalla
frutal y arrolladora?
¿Qué divina crueldad, qué desatino
mantiene esa memoria, esa torpe tragedia?
Seamos compasivos: no miréis esa luna,
como si no estuviera,
que crea en su desgracia que no sabemos nada,
que ignoramos su imagen melancólica,
su levedad, su miedo, su futuro…
Mejor, sencillamente,
sumirla
en el olvido.
Aunque no la podamos olvidar.
SILVA DE EXTRAVAGANCIAS
(Doce poemas de este libro)
1
…Y pensar que estas rosas
no saben que son rosas
y entrarán en la muerte sin saberlo...
2
Me reconozco en todos mis poemas.
Pero son mis poemas los que han hecho
que sea como soy.
3
Mis fantasmas,
me hostigan, me amedrentan
quieren sembrar mis noches de pavor.
Pero yo les perdono casi todo.
Perdono sus gemidos implacables
a través de los muros,
sus alientos helados
batiéndome las sienes,
la lenta pesadilla de sus pasos
crujiendo en la escalera…
Lo que no les perdono
es la triste sonrisa compasiva
con que siempre me miran.
4
Estoy en el trapecio.
Tengo miedo:
unos ángeles locos me han quitado la red.
Caigo desde la altura.
Ya no
soy.
Despierto. Te contemplo,
me refugio en tus brazos.
Vuelvo a ser.
Me despierto otra vez.
5
Diera yo cuanto tengo
por hallar una palabra,
una hermosa palabra,
esa ardiente palabra fugitiva
que alienta entre mis labios...
pero que mi memoria
se empeña en no quererme revelar.
6
No soporto los gestos de mi gato
cuando me ve sentado ante el ordenador:
se estira, se acurruca, ronronea,
sonríe con piedad, y busca el sueño.
Es decir, suavemente,
con felina elegancia, me recuerda
lo inferior de mi humana condición.
7
Hay palabras enfermas
de olvido o de nostalgia
que en el poema encuentran
una nueva alegría de vivir.
Y despiertan, y sanan,
y vuelven a la vida
con el cordial aliento
de otras muchas palabras jubilosas
que allí les acompañan con su luz.
8
Miro los altos álamos y veo
tu voz entre las hojas,
y tu mirada escucho
entre un rumor de pájaros y ensueños.
Es de oro la tarde.
Y quiero seguir vivo.
9
Cada verso contiene
una pequeña vida luminosa.
Cada poema entero,
10
“Los hombres nunca lloran”, mi madre le decía
a aquel niño tan triste que yo era.
Lo confieso: llegué a dudar bastante
de mi virilidad.
Con el paso del tiempo he comprobado
que mi estado normal es la melancolía,
que el universo entero se resume
en un cuerpo
gozoso de mujer…
y hasta qué punto nos equivocamos
mi pobre madre y yo.
11
Revivir es, a veces,
volver a recordar.
(O encerrarse de nuevo en el olvido)
12
Yo no pido la voz: yo sólo pido
que mi silencio sea
como un hondo silencio de campanas.
SÓLO CON LA PALABRA…
(De “Silva de extravagancias”)
Sólo con la palabra, esa exacta palabra
que todos anhelamos,
cuyo rastro entrevemos
entre los claroscuros de algunas madrugadas,
podremos liberarnos del acoso
de víboras y arcángeles,
enmascarar las fábulas
de nuestra libertad,
renacer la liturgia del grito en nuestras manos.
Sólo con la palabra, esa exacta palabra,
podremos seguir siendo…
o al menos intentarlo.
SÚPLICA DEL MAR
(De “De la memoria azul”)
Tanta ausencia de mar hay en mis ojos,
que en él quiero vivir
mi vida más callada.
Exactamente en él,
en lo más puro.
No en un vano crepúsculo de mármoles
y bronces florentinos, ni en el hosco
clamor de las raíces,
regresado a la arcilla, ni siquiera
ya trascendido en humo,
aunque así me surcaran las gaviotas
y el viento fuera mío.
Exactamente en él,
en sus honduras,
en la ciega extensión de sus praderas…
Cuando el sueño me asombre
y me invite a regiones escondidas,
llévame al mar,
regrésame a su abrazo,
a la verde caricia que no acaba,
a su canción de cuna.
Ya presiento
su ancha bienvenida,
su sereno vaivén,
su regazo de madre que me espera.
Llévame al mar,
devuélveme a las olas:
he de encontrar en ellas
ese claro silencio que me habita,
esa luz que me bulle entre la sangre,
esa verdad azul que me acompaña
desde los viejos días.
TARDE SIN TI
(De "La huella en la ceniza")
La nieve de tu ausencia me ha vencido
esta tarde de otoño.
Permanece
el calor de tu voz en mi memoria
y en mi frente asombrada se despiertan
las huellas de tus ojos.
¡Qué vacías mis manos, qué indefensas
alejadas de ti!
Inútilmente
te buscan y rebuscan por un aire
acerado y hostil: manos de ciego
acariciando muros sin sentido.
Un violento silencio se derrama
sobre mi alrededor.
Tan sólo escucho
la amargura implacable de la lluvia
grabando en los cristales el mensaje
de mi propia intemperie.
Me duelen los rincones de la casa
ausentes de tu risa y de tus pasos,
oscuros sin tu luz, irremediables
en su extraña orfandad.
Una tristeza
incisiva y sutil se ha apoderado
de muebles y de cuadros, de las pequeñas cosas
que llenan nuestro mundo. Qué grises me parecen
sin la hondura vital de tu presencia.
Para alejar mi soledad contemplo
tu permanente hueco en el espacio:
desocupado está, pero conserva
tu cálido latir, las vibraciones
de tu serena imagen nunca ajena.
Dan las horas en el viejo reloj.
Ha cesado la lluvia.
Nuevamente
los pájaros invaden mi silencio
y todos los confines de mi entorno
recobran su perfil esperanzado.
Las luces de la tarde se sumergen
en un tenue letargo.
Su que estás ya muy cerca: Presiento tu regreso
por esa brisa alegre
que ha agitado los álamos.
TEORÍA DEL TIEMPO
(De “Los sigilos violados”)
Ese
polen oscuro que implacable
va
cubriendo de injurias nuestra frente,
esa
hiedra taimada que incesante
va
sembrando distancia en nuestros ojos,
esa
lluvia de sombra que insensible
va
inundando de lodo nuestra sangre,
ese
hielo, esa herrumbre, ese derribo,
son
las garras del tiempo trabajando
despacio.
Nadie ve
su
figura felina y transparente,
ni
se escucha el temblor de sus pisadas,
su
respiro lentísimo
poderoso
y oculto entre los días.
Pero
existe, y acecha, y torvamente
va
arañando las horas,
siempre
abiertas las fauces
para
su larga y honda mordedura.
A
veces lame nuestras pobres manos
candoroso
y alegre como un río,
y
anilla nuestros dedos
de
hermosas caracolas.
Jubilosos
acogemos
al tierno arrepentido
de
su lealtad seguros. Pero pronto
vemos
que se saliva se convierte
en
un musgo de llanto
y
que en los dedos sólo
nos
crece la tristeza.
Nada
queda detrás de sus crepúsculos,
nada
escapa a su nieve.
Impasible,
él
sigue su camino
al
trote lento de su fiel ceniza:
nunca
vuelve la vista ni sonríe
a la
vida que canta confiada.
Sabe
que en su clepsidra de rencores
siempre
el agua abrirá secretos cauces,
y
vigila en la orilla, quedamente,
con
la calma tenaz del invencible.
TIEMPO Y MAR
(De “De la memoria azul”)
Sobre mi
mar, el tiempo se derrama
como una
lluvia inmóvil,
como una
somnolienta travesía
hacia
mundos o estrellas imposibles.
Hay
tiempo detenido en las orillas
que
tantos viejos soles albergaron,
y tiempo
inmemorial entre las olas
que
acercan y separan.
Tiempo
diluye el viento y sus aullidos
entre
los ojos ciegos de las rocas,
tiempo
en las escamas de los peces
que
lloran su silencio.
Duermen
su noble tiempo las columnas,
las
islas, las estatuas,
y se
cubren de tiempo las palabras
de los
oscuros muertos olvidados.
Tiempo
hienden las proas de las naves
y
molienda de tiempo las arenas
esconden
en sus oros, y las algas
verde
tiempo flagelan dulcemente...
Desde
los muelles miro el horizonte
y es
tiempo lo que veo.
Porque
mi mar es tiempo que respira
y yo,
junto a mi mar,
sólo tiempo respiro.
TU MAÑANA
(De “Década del insomnio”)
Ahí
tienes tu mañana,
esa
turbia mañana que agoniza
entre
el llanto de amor del unicornio
y
la lluvia senil de la arboleda.
Ha
nacido vencida,
prisionera
de oscuros laberintos,
toda
vuelo sin cauce, toda olvido,
a
su extensa grisura encadenada.
Nunca
viose mañana tan nocturna,
tan
henchida de inútiles augurios,
de
imaginarias aves,
de
insectos que enloquecen
bajo
un cielo pretérito y callado.
Mañana
meretriz, torpe mañana
en
la ebriedad de un sol encanecido,
mañana
pordiosera, vagabunda,
vieja
diosa humillada y aburrida,
ungida
de tristeza…
Pero mañana tuya,
tan
hondamente tuya,
que
si tú lo deseas
arderá
esplendorosa en tu palabra
acunada
de luz.
TU PALABRA
(De "Cuaderno de los acercamientos")
Y de pronto, la luz de tu palabra
rompedora del lóbrego silencio,
lluvia fresca en mi vasto roquedal.
¿Qué magia inaccesible,
qué remotos poderes atesoras
en el cálido alfar de tu garganta?
Tu palabra es la mano siempre abierta
para ahuyentar el miedo,
precisa claridad, puente sonoro
tendido sobre el río de la noche.
¡Qué insomne tu palabra vigilando
mis pasos embriagados
por la orilla sutil de la nostalgia,
atenta al desaliento, rumbo cierto
por las hoscas veredas!
Tu palabra, la brisa compañera
en las horas inmóviles,
cuando acechan los lobos de la duda
o esa mínima muerte que se esconde
detrás de cada herida.
Tu palabra, alígera campana,
intangible susurro de tu cuerpo,
cimiento, enredadera, brocal, nube,
sereno plenilunio, brasa, vino
para mi leve copa,
valle inmenso de paz…
Tan sólo en tu palabra me reinvento
y me vivo a mí mismo cada día:
sólo en ella alimento mi ternura,
sólo en ella concibo la esperanza.
UN DIA
(De "Cuaderno de los acercamientos"
Un día. Sólo un día. Casi nada.
Un montón ordenado de minutos,
un simple recorrido
por la redonda senda
estelada de números y dudas.
Una pizca en el torrente
voraz del universo.
Una huella en la niebla,
un humo que se marcha,
un vuelo ya olvidado
de aquel insecto mínimo
cuyo nombre jamás preguntaremos.
Y sin embargo, siempre, nuestra vida,
acaba siendo un día, sólo un día,
un día irrepetible ocupando su centro
y una serie de años sin sentido
sirviendo de ropaje a su memoria.
Es aquel claro día
en el que amanecemos al asombro,
porque todo es verdad a nuestro paso,
y sin ira miramos el espejo,
y por primera vez nos descubrimos
como queremos ser:
indemnes,
plenos,
limpios,
libres,
nuestros.
VIDA COTIDIANA
(De “La mirada intramuros”)
Quisiera describiros
la vida cotidiana en esta casa,
una vida sencilla, pero llena
de amor y de prodigios.
Jamás estamos solos: muchos buenos amigos
siempre nos acompañan, nos alegran las horas
con su viva presencia, con su cercana luz…
En la bodega, pinta Modigliani
el esbelto retrato de una esbelta muchacha,
un Mozart jovencísimo
compone al clavicordio algún concierto,
y se afana Neruda en escribir
una nueva canción desesperada.
La escalera se llena de jilgueros
que juegan divertidos: Federico
trata de abrirse paso
entre el revoloteo de sus alas,
mientras Góngora ríe entusiasmado
olvidando su austera sensatez.
En un rincón, sumida en sus poemas,
se sacude Alfonsina unas gotas de mar
que quedaron prendidas de su pelo,
y más allá, musitando sus rezos,
Sor Juana Inés se entrega a su fervor,
mientras riega sus flores Baudelaire.
Al caer de la tarde, en el patio,
comienzan las tertulias:
un Beethoven gruñón y malcarado
discute con Picasso,
tercia Claudio Rodríguez
-ungido por el don de la ebriedad-
interviene sarcástico Quevedo,
ubérrimo Rubén,
y tratan de poner un poco de orden
Tchaikowsky y Valle-Inclán.
Ya después de la cena,
junto a la chimenea, Azorín y Miró
rememoran su tierra luminosa,
en tanto que Unamuno
trata de ver a Dios en los leños que arden,
imagina Cervantes una parte tercera,
Don Francisco dormita soñando con sus majas,
y la Pardo Bazán escucha complacida
el último episodio de Galdós.
Por la noche la casa se queda solitaria,
y la invade el silencio,
y nos ponemos tristes pensando que quizás
nuestros buenos amigos nos han abandonado,
que jamás volverán.
Pero con la mañana llegan todos de nuevo,
con sus voces, sus risas, su bullicio…
y la casa regresa a su normalidad.
VOSOTROS
(De “La mirada intramuros”)
Os digo la verdad:
Tan sólo por vosotros,
sí, de verdad, tan sólo
por vosotros, porque si no ¿por quién?
Lo demás poco importa, os lo aseguro:
Mis montañas… mi mar…
la casa que me abraza y que me cubre,
los ojos que me amaron,
los libros que leí, incluso mis poemas,
la voz que puse en ellos,
las astillas de vida que en ellos me dejé…
Tan sólo por vosotros, sí, tan sólo
por quienes en la sangre
navegaréis mi rastro
y a quienes mi memoria a veces traiga
una brizna de amor, un aleteo
de ríos o palabras, un levísimo vuelo
de preguntas, ausencias o luciérnagas.
Tan sólo por vosotros, de verdad, no quisiera
amanecer un día
arropado de bruma…
sin vosotros.
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